Persiguiendo zanahoriasMuestra

Estamos condicionados en la vida para buscar la aprobación de los demás. Cuando somos niños recibimos elogios de los adultos cuando hacemos cosas bien. Nos encantan sus elogios, así que seguimos haciendo cosas buenas. En el colegio estudiamos mucho para recibir elogios de los profesores, o hacemos el tonto buscando la aceptación de nuestros compañeros. Cuando entramos al mercado laboral aguantamos largas jornadas de trabajo con la esperanza de impresionar a nuestros jefes, o compramos casas más grandes y coches mejores para ganarnos el respeto de nuestros amigos y familia.

¿Y cuando conseguimos ganarnos la aprobación de la gente? Nos sentimos genial. El mundo parece más bonito. Caminamos con energía. Nuestra autoestima se fortalece.

Pero.

Sabías que habría un «pero».

Eventualmente, una de esas personas no te dará su aprobación. Y cuando eso pase, puede ser un desastre. Tú ya lo sabes.

No es que estabas centrándote en las personas equivocadas. Nunca vas a encontrar en las personas la aprobación que necesitas. Solamente Dios puede llenar esa necesidad profunda de aprobación. ¿Y sabes qué? No tienes que hacer el pino o actuar de cierta manera para ganarte su aprobación. En el momento en que aceptas a Cristo como tu Salvador y lo haces el Señor de tu vida, has sido aprobado por Dios. Ya está. Eso es todo, porque desde ese momento eres un hijo de Dios.

Lo más seguro es que ya hayas escuchado todo esto antes. Hoy, permítete sentirlo. Tienes toda la aprobación que puedas necesitar, aprobación que nunca faltará o fallará. Tu valor está asegurado, y puedes descansar en la aprobación de Dios tu Padre.

Reflexiona: ¿De quién o de qué estás actualmente buscando aprobación? ¿Cómo cambiarían tus relaciones si dejaras que la aprobación de Dios supliera esa necesidad?