El ciego de nacimiento

Luz del mundo

Reflexión:

En Juan 9 encontramos la historia de un hombre que había nacido ciego. Al pasar Jesús por donde él estaba, sus discípulos le preguntaron: “Rabí, ¿quién pecó, este o sus padres, para que naciera ciego?” Jesús respondió: “Ni este pecó, ni sus padres; sino que está ciego para que las obras de Dios se manifiesten en él” (Juan 9:2-3).

En el capítulo 8, Jesús acaba de presentarse como la luz del mundo, y ahora llegaría el momento en que esa luz (Jesús) devolvería la vista a un ciego que nunca había visto ningún tipo de luz.

La historia es fascinante no solo por el milagro, que consistió en tomar barro y untarlo en los ojos del ciego para que fuera a lavarse y pudiera ver, sino también porque ocurrió en un día de reposo. El hombre tenía cierto conocimiento de la ley y quería cumplirla; los fariseos estaban indignados, y los discípulos aprendían. Te animo a leer el capítulo entero, pero hay tres cosas que aprendemos de este ciego:

No todas nuestras aflicciones son enviadas por Dios: De hecho, todo lo contrario. Dios es bueno y no hay maldad en Él, Él no puede hacer cosas malas. Sin embargo, el pecado ha entrado al mundo y tiene consecuencias. Vivimos en un mundo roto que clama por la manifestación del reino de Dios y la redención. Los judíos pensaban que Dios había puesto la ceguera sobre este hombre, pero no fue así. Él había nacido ciego porque el mundo está roto, pero Dios usaría esa ceguera para que el hombre conociera a Jesús y Él fuera glorificado. Y así sucedió.

Todos tenemos una historia que contar: Cuando este hombre fue sanado, sus padres y algunos religiosos empezaron a interrogarlo sobre cómo había sido sanado, con la intención de atrapar a Jesús, porque no creían que Él fuera el Hijo de Dios. Después de varios interrogatorios, el hombre se cansó y les dijo: “Yo solo sé que era ciego y que ahora veo”. La salvación y la sanidad son cosas que nuestra mente humana no puede comprender, pero debemos aceptarlas por la fe y la gracia de Dios. Y cuando las recibimos, no debemos callar. Aunque nuestro testimonio sea corto, debemos contarle al mundo: “Yo solo sé que era ciego y que ahora veo”, “Sé que estaba perdido, pero Jesús me salvó”, “Sé que estaba vacío, solo y sin propósito, pero Jesús me salvó”. Todos tenemos algo que contarle al mundo.

La sanidad no lo es todo: Este hombre había sido sanado, pero no aún salvado. Después de ser sanado, fue al templo, dio testimonio, pero aún no había recibido la revelación de que Jesús (su sanador) era el Mesías. En los versículos 35 al 41, vemos que Jesús escuchó que le habían echado fuera del templo por dar testimonio de Él y fue a buscarlo (¡Cuánto amor!). Al hallarlo, le preguntó: “¿Crees tú en el Hijo del Hombre?". El ciego respondió: “¿Y quién es, Señor, para que crea en Él?”. Jesús le dijo: “Pues tú le has visto, y el que está hablando contigo, ese es”. Él entonces dijo: “Creo, Señor”. Y le adoró.

Jesús no se conforma con sanar nuestras vidas y proveernos todo lo que nos falta. Él va más allá: quiere sanar nuestra alma, quiere que los ojos de nuestro corazón le puedan ver. Su propósito principal es nuestra salvación. El hombre dijo: “CREO, SEÑOR” y le “ADORÓ”. Tres palabras importantes. Necesitas fe para ser salvo, dejar que Jesús tome el control de tu vida (como Señor) y rendirte por completo a Él en adoración, cuerpo, alma y espíritu. Si esos tres sellos no están presentes, la salvación no existe y solo habrás experimentado un milagro en tu vida, pero no la salvación. La sanidad no lo es todo.

Oración:

Señor, creo que eres Dios, que deseas lo mejor para mí y que mi vida está en Tus manos. Confío en Tu gran amor, y te pido ser valiente para compartir con otros todo lo que has hecho conmigo. Amén.