Que No Te La Cuenten: La Verdad Detrás De La PascuaSample

Una vez y para siempre

Como vimos ayer, Jesús en Su última cena con los discípulos, les lavó los pies. Habiendo terminado, fueron a orar y fue entonces cuando Judas entregó a Jesús, quien fue arrestado y sentenciado a la muerte que recibían los delincuentes: la crucifixión.

Jesús enseñaba, sanaba, escuchaba y a veces retaba, pero todo lo hacía con amor. Esa era su manera de ser y hacer las cosas. Sus seguidores, por supuesto, deseaban que se quede con ellos para siempre. Pero Él ya les había avisado que “el hijo del hombre iba a entregar su vida por muchos”. Ellos no entendían bien por qué debía entregar Su vida.

¿Era literal? ¿Por qué tenía que morir?

Resulta que en la antigüedad Dios dispuso para Su pueblo Israel diez mandamientos. Estos tenían el objetivo de guiarlos a vivir una vida plena, en línea con lo que Dios esperaba de ellos al momento de relacionarse con Él y con las demás personas. Estas reglas eran cosa seria. Ir en contra de cualquiera de ellas tenía consecuencias tan graves como la muerte.

Dios sabía que Su pueblo no era perfecto y que la Ley no se cumpliría. Pero queriendo mantener la comunión con ellos y perdonarles la vida dispuso un sistema de sacrificios. Esto es porque siendo Justo sabía que la condena por el pecado de Su pueblo tenía que pagarse.

La cosa funcionaba así: una vez al año, un animal perfecto e inocente sería sacrificado para compensar lo que debía ser la muerte de las personas al pecar (es decir, al faltar a alguno de los mandamientos). El Sumo Sacerdote (encargado del pueblo en temas espirituales), cumpliendo con una serie de rituales muy estrictos, entraría con la sangre del animal al Lugar Santísimo, que era la parte del templo en la que estaba la presencia de Dios. De esta manera, Dios proveería de perdón y limpiaría de culpa a Su pueblo.

El hecho es que este sistema era un símbolo. En realidad, la sangre de los animales no podía limpiarlos ni borrar su culpa por completo, por esta razón año tras año debían presentarse nuevamente frente a Dios con el cordero. Con todo esto, Dios estaba señalando un plan que tenía en mente hace mucho y que iba a ser infinitamente mejor: Jesús entregando Su vida en nuestro lugar para limpiarnos del pecado y borrar nuestra culpa, una vez y para siempre.

Dios nos perdonó y abrió el camino para que podamos tener una relación correcta con Él. Esta relación que podemos disfrutar es 100% gracias a Dios y nada tiene que ver con lo que hagamos o dejemos de hacer. El sacrificio de Jesús es suficiente para pagar por todos nuestros pecados: los que cometimos y vamos a cometer. Es un regalo inmerecido, que se recibe por fe y no por nuestro desempeño.

¿Alguna vez te sentiste culpable o inseguro de tu relación con Dios? En esos momentos, ¿en qué confiaste para ser aceptado delante de Él? ¿En tu desempeño o en lo que hizo Jesús por ti?