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SANGRIENTA AGONĺASample

SANGRIENTA AGONĺA

DAY 2 OF 3

SU ORACIÓN

A lo largo de estos versos, Lucas, hace énfasis en las oraciones realizadas por Jesús, en el Getsemaní. Con mucha frecuencia los creyentes en los peores momentos o circunstancias de vida nos alejamos de nuestra rutina de oración; o desistimos de nuestras disciplinas espirituales. Cuando Jesús llegó a aquel lugar les dijo: orad que no entréis en tentación (Lucas 22:40).

En Getsemaní, el alma de Jesús quedó abrumada por la tristeza (Mateo 26:38) y la angustia penetró en ella hasta el punto de hacerle lanzar grandes gritos e incontrolable llanto (Hebreos 5:7).

El Salvador del universo nos enseña a través de Su experiencia, que todas las oraciones no son iguales, ni se espera que lo sean. Una necesidad mayor, una circunstancia de vida más intensa, nos exigen peticiones y súplicas no solo constantes, sino más fervientes, intensas y llenas de fe.

El verso 39 de Lucas 22 nos dice que Jesús se fue, como solía, al monte de los Olivos. Había pasado Sus noches allí esa semana (Lucas 21:37), era un lugar que frecuentaba y Él se negó a alterar esa rutina, a pesar de que sabía que eso significaba que Judas lo iba a encontrar con mucha facilidad.

«Y allí, estando en agonía oraba más intensamente…». ¿Por qué fue esta agonía? El asunto más incomprensible de aquella fatídica noche fue que la angustia por la que Jesús atravesó fue permitida por Su propio Padre.

Lo que para Jesús llegaría a ser incomprensible, fue que tuvo que tomar una copa demasiada amarga dada por Su propio Padre. De esta manera podemos ver que la prueba por la que está pasando no fue por el odio de los judíos o la traición del compañero, sino que Dios está llevándole a este momento. Si no ha entendido la profecía de Isaías 53 que dice que: «Jehová quiso quebrantarlo, sujetándolo a padecimiento», es aquí donde se entiende.

Fue en este momento cuando se cumplió lo que nos parece incompresible: «Mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros». Solo Dios sabe de esas agonías. Fue ahí donde Jesús comenzó a experimentar en sí la naturaleza y el horror del pecado. El Padre Celestial consintió en el dolor del Hijo por el pecado. Debido a que Jesús va a la cruz como sacrificio por los pecados, se convirtió en pecador por nosotros. Él no fue una víctima de las circunstancias. Él voluntariamente decidió entregar Su vida.

Y puesto de rodillas oró a un tiro de piedra de los discípulos. No tan lejos, pero sí lo suficiente como para tener Su espacio de privacidad con el Padre.

Interesantemente, la manera habitual de la oración en ese entonces, era orar en una posición de pie. Que Jesús se arrodillara demuestra la violencia de Su combate en el Getsemaní. ¿Qué hizo Jesús en Su tiempo de la agonía? Oraba más intensamente, hasta el punto de que Su sudor era como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.

«Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle» (vv.43). En respuesta a las oraciones de Jesús, el Padre no quitó la copa de Jesús, pero envió un ángel que fortaleció a Jesús para ser capaz de tomarla y beberla. Y aunque ciertamente vino un ángel del cielo para fortalecerle, aun así, Jesús, no halló reposo para Su alma. El dolor del alma al final conquista todo el cuerpo. La palabra en griego para describir este estado de angustia del alma es mucho más profunda que en la forma que conocemos en nuestra versión.

Es como si un ejército de algo muy terrible invadiera y se apoderara de la mente que la hace impenetrable a aquello que pudiera tranquilizarla. Jesús tuvo una angustia consigo mismo, lo cual es peor que si se estuviera luchando con un enemigo real.

Cuanta más agonía sentía Jesús en Su alma, con más fervor se entregaba a la oración. Mientras que Lucas dice que Jesús «oraba intensamente», Mateo lo describe como que «comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera» (Mateo 26:37-38).

Estas dos oraciones reflejan un dolor del alma que es peor que el físico. Lo que Él estaba pasando iba más allá de un dolor de corazón, de un dolor de cabeza o de un dolor de la conciencia.

Va en busca de Sus discípulos y los encuentra dormidos. Les reprocha su comportamiento y les insta a levantarse y orar «para no caer en tentación» una vez más. Se puede percibir en Sus palabras cierta indignación y extrañeza; a este punto esperaba más de ellos. Él, lleno de ansiedad y terror ante Su inminente calvario, totalmente consciente en la vigilia previa a Su prendimiento, mientras Sus discípulos duermen ante a la situación.

Los discípulos no habían entendido las palabras que Jesús pronunció unos cuatro días antes del Getsemaní, cuando dijo: «Ahora está turbada mi alma» (Juan. 12:47). Durante tres años con ellos no había pronunciado estas palabras.

Cristo les apremia a despertar y orar con intenso fervor, porque solo esquivamos la tentación cuando se ora poniendo en ello los cinco sentidos.

Hay momentos en la vida en los que la tentación es especialmente fuerte, tomando el control de nuestro intelecto y nuestras emociones. El alma, entonces, corre el peligro de hundirse en las tinieblas del pecado. En esos instantes, lo mejor es orar, porque así invocamos la gracia de Dios y ella devuelve la calma al espíritu. La oración, entendida no como mera recitación sino como unión con Dios, posibilita que la voz del Todopoderoso resuene en nuestras consciencias, iluminando nuestras decisiones y actos. No olvidemos que el hombre y Jesús lo era plenamente, disfruta de libre albedrío para escoger y actuar según considere.

El estado de Jesús no podía ser igualado por ningún humano aun antes de sufrir la cruz. Pero Jesús finalmente triunfó sobre Su perturbación. Se puso de pie y enfrentó a Sus captores. No rehusó entregarse. El camino correcto es el aceptar los designios y la voluntad de Dios; ese fue el que Jesús eligió y lo hizo en intensa oración.

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SANGRIENTA AGONĺA

«Y estando en agonía oraba con más intensidad. Y le sobrevino un sudor como de gotas de sangre que caían hasta el suelo» (Lucas 22:44). Así describe Lucas en su Evangelio la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos, también llamado de Getsemaní, justo la noche antes de Su Pasión y muerte. La pastora Glenda Liz Amador nos invita a reflexionar sobre la sangrienta agonía de Jesús.

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