SANGRIENTA AGONĺASample
SU GETSEMANĺ
Y saliendo, se fue, como solía, al monte de los Olivos; y sus discípulos también le siguieron (Lucas 22:39).
El huerto de Getsemaní, un lugar en el torrente de Cedrón, cuyo nombre significa literalmente "prensa de aceite" y el calvario no hubiese sido posible sin la feroz batalla que Jesús libró aquella noche en ese huerto.
En ese lugar Jesús disfrutaba de una intimidad con el Padre. Jesús había consagrado aquel lugar para orar a Dios tanto que lo llamaría allí «Abba Padre». Así que ningún lugar conocía tan perfectamente Jesús como aquel huerto. Su hierba, sus árboles, sus caminos, su atmósfera, sus sonidos… Allí comenzaría el camino sangriento.
Al pensar en esto decimos que, si en el huerto del Edén por la caída de Adán vino la ruina de la humanidad, en la agonía del huerto de Getsemaní por la obediencia del segundo Adán, se libró nuestra salvación. La hermosura del Edén fue marchitada por la aparición del pecado y fue tan grande su efecto que ahora, en otro huerto, en el torrente de Cedrón, el pecado desataría su poder en Aquel que nació sin pecado.
Amados, nosotros también debiéramos conocer ese lugar. Entremos, caminemos y demos un vistazo al Getsemaní para que miremos a Aquel que oró intensamente antes de ir a la cruz. Para que contemplemos el suelo teñido de algo rojizo por el sudor que emanaba de toda su piel. Acerquémonos en silencio para que veamos al Salvador de nuestras almas librando la decisión para enfrentar la cruz.
Veamos qué nos revelan aquellas «grandes gotas de sangre» que salieron antes de la corona de espina, los látigos y los clavos. Conozcamos la magnitud de este sacrificio hecho por AMOR A TI.
Lo que Jesús vivió en el Getsemaní nunca antes lo había vivido. La referencia que tenemos hasta aquí es que Él era un hombre sin quejas. Bien pudiera decirse, y en especial por Su coraje y entusiasmo con el que enfrentó todo Su ministerio, que Él fue el hombre más feliz que haya pisado la tierra. De Él narran todos Sus biógrafos que era poseedor de una paz absoluta jamás quebrantada por nada.
Era un hombre manso, cual nunca hubo ni habrá en la tierra. Era un hombre fuerte, sano y vigoroso. Tenía solo 33 años, la flor de la vida. Entonces, ¿cuál era la causa de la agonía de Jesús? ¿Por qué había llegado a esa condición de Su alma? La paz que tuvo ahora se ha acabado. El hombre que venció a Satanás y a los demonios, ahora está postrado en una incompresible agonía.
El gozo del himno cantado después de salir de la cena, ahora se ha convertido en una profunda tristeza. Ni las multitudes cuando las veía como “ovejas sin pastor”; ni el llanto que tuvo por causa de la muerte de Lázaro o el lamento cuando entró por última vez a Jerusalén pudieron afligirlo tanto como la aflicción a la que se ha está enfrentando ahora.
Las oraciones que había hecho antes nunca podrán compararse con la oración más conmovedora que hizo en aquel huerto. Lucas dice que estando en semejante postración «oraba más intensamente»; tanto así, que Su sudor era como grandes gotas de sangre que caían a la tierra.
La intensidad de aquella oración era tal que la repitió tres veces: «Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (vv. 42). El evangelista Marcos nos da otra vista de lo que sucedió aquella noche. Él dice que dentro de los 11 apóstoles: «Tomó a consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a entristecerse y a angustiarse. Y les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad» (Marcos 14:33, 34). Ellos nunca habían oído decir algo así de su Maestro.
El lugar que tantas veces estaba rodeado de una absorta quietud y silencio, de repente se ha convertido en un lugar de tormento, donde todo su ser se llenó de ruido y voces. Si alguien ha dudado de la humanidad de Jesús, esta escena lo explica todo. Por lo general nuestras penas y angustias hayan consuelo. Casi siempre nuestras lágrimas son enjugadas, las suyas, allí en el Getsemaní, nadie las secó.
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«Y estando en agonía oraba con más intensidad. Y le sobrevino un sudor como de gotas de sangre que caían hasta el suelo» (Lucas 22:44). Así describe Lucas en su Evangelio la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos, también llamado de Getsemaní, justo la noche antes de Su Pasión y muerte. La pastora Glenda Liz Amador nos invita a reflexionar sobre la sangrienta agonía de Jesús.
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