Anthem: Gracia en Tu HistoriaMuestra

Definiendo la gracia

No hay regalo que se compare con el que Dios le dio a toda la creación: la gracia.

La gracia es el favor inmerecido de Dios, esencial para y de su ser; es el regalo de la salvación que Él nos ha dado a todos.

“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).

En palabras del evangelista Billy Graham: "La gracia de Dios, sencillamente, es la misericordia y la bondad de Dios hacia nosotros". La gracia no tiene nada que ver con nosotros y todo que ver con Dios. Él la da y nosotros la recibimos.

En nuestro mundo nos enseñan que tenemos que ganarnos lo que queremos, trabajar para conseguirlo y merecerlo. Por eso nos esclavizamos en nuestros trabajos, estudiamos toda la noche, ocultamos nuestras debilidades y nos probamos ante los que nos rodean. Sentimos que tenemos que ganarnos y merecer aquello que perseguimos.

La gracia de Dios es lo contrario. El cristianismo es la única religión que no dice "hacer", sino "hecho". Podríamos esforzarnos por el resto de nuestras vidas y tratar de ser lo suficientemente perfectos para ganarnos el favor de Dios, pero nunca seríamos lo suficientemente buenos.

Jesús vino y vivió la vida perfecta en nuestro lugar, y murió la muerte que cada uno de nosotros merece. Su sacrificio en la cruz invita a todo aquel que confía en su obra a ser reconciliado con Dios. Podemos dejar de intentar ganarnos la aceptación y el amor de Dios, y podemos descansar en la obra que Jesús hizo para asegurárnoslo. Eso es la gracia.

Una vez que hemos experimentado la gracia de Dios, nuestra forma de vivir cambia. La gracia no requiere nuestro esfuerzo para recibirla, pero nos capacita para decir no al pecado y vivir una vida piadosa (Tito 2:11-13). La gracia también nos capacita para hacer buenas obras:

“Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra” (2 Corintios 9:8).

Jesús nos salva. Su gracia nos cambia y nos libera como ninguna otra cosa puede hacerlo.