Mi Primer AmorMuestra

CRECER MI FE

Dios en cada uno de nosotros ha depositado una semilla, esa semilla se llama propósito y ese propósito se alimenta de la fe. Pero Él también a dejado en nosotros la responsabilidad de hacer crecer esa semilla, de cultivarla, sembrarla, darle agua y hacer de todo para que esa semilla de fruto. Normalmente nuestro propósito de vida lo cumplimos desde la labor o profesión que nos apasiona, ahí donde Dios nos pone lo ideal es que demos a conocer de su gran amor y de lo que Él ha hecho con nosotros y puede hacer con los demás, ese es el llamado. Pero muchas veces nos llenamos de pena o temores que nos impiden cumplirlo, así que aquí te dejo unos tips para hacer crecer esa semilla que se llama FE:

1. Capacitémonos: Dios nos ha entregado dones y talentos, los cuales hacen que nos apasionemos por lo que hacemos y nos movamos con destreza en nuestra profesión. Pero como la intención es cumplir el propósito de Él dondequiera que estemos, debemos hacer todo con la mayor excelencia, dando ejemplo de que somos hijos de Dios. Así que, debemos ser los mejores en nuestra profesión capacitándonos cada vez mas, pero también capacitándonos en su Palabra para poder enseñarla donde Él nos ponga.

2. Seamos constantes: Muchas veces iniciamos algo, como un proyecto, una carrera, etc. Pero en el proceso no aburrimos y no lo terminamos, quizá porque no era lo que esperábamos o porque no iban al grano en lo que queríamos aprender o muchas cosas mas, pero la constancia requiere disciplina, esfuerzo y pasar por procesos que nos son necesarios, así no lo parezca. La constancia es el proceso de crecimiento de la semilla, en esta etapa sigue alimentando la FE siendo perseverante.

1 Corintios 9:24-27 PDT

Cuando hay una carrera, todos corren para ganar, pero solo uno recibe el premio. Así que corran para ganar. Todos los deportistas que compiten en la carrera tienen que entrenar con disciplina. Lo hacen para poder recibir un premio que no dura. Pero nuestro premio dura para siempre. Por eso yo no corro sin una meta ni peleo como los boxeadores que solo dan golpes al aire. Golpeo mi propio cuerpo, lo castigo para controlarlo, para así, no resultar yo mismo descalificado ante Dios, después de haber anunciado la buena noticia de salvación a los demás.