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La segunda: exactamente lo mismo es válido para los que te rodean. ¿Sabes que por más elementos negativos que veas en las personas a tu alrededor, Dios también ve en ellos la obra terminada? Si queremos parecernos a Él, deberíamos empezar a hablar bien de los demás, del mismo modo en que Dios lo hace con nosotros y con ellos. Sería un mundo diferente. ¿Por qué no comenzar a contribuir para cambiarlo?

En definitiva, esto tiene que ver con lo que dice Pablo en Romanos 12:14: «Bendecid a los que os persiguen, bendecid y no maldigáis». O el propio Jesús en Mateo 5:44 «Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen…». ¿Cómo se puede hablar bien de los que hacen el mal? ¿No es esto faltar a la verdad? En ese caso nosotros podríamos decir lo mismo de Dios. Más bien, deberíamos considerar que no nos corresponde juzgar a nadie sino bendecir y alumbrar con la luz del Evangelio.

¿No sabes tú que por cada cosa buena en tu vida, eso que te gusta mostrar porque te llena de orgullo, Dios podría exponer otras diez cosas malas en ti, dignas de vergüenza y condenación? Sin embargo, Él ha escogido mirarte a través de Jesús y llamar las cosas que no son como si fueran. Él no ve una piedra fría y deforme, ve un ángel dentro de la piedra y está trabajando a diario para eliminar el material sobrante y liberar la obra de arte para que todos la vean y glorifiquen a Dios por ello.