SANGRIENTA AGONĺAMuestra
SU SANGRIENTA AGONĺA
«Y estando en agonía oraba con más intensidad. Y le sobrevino un sudor como de gotas de sangre que caían hasta el suelo». Así describIó Lucas en su evangelio la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos, también llamado de Getsemaní, justo antes de su Pasión y muerte.
Como unión perfecta de lo humano y lo divino, Jesús experimentaba las pasiones como a ello le impulsaba su humanidad. Sin embargo, lejos de sucumbir a los más bajos instintos de quienes nacen bajo el yugo del pecado original, las emociones de Cristo estaban gestionadas armoniosamente por el raciocinio y el espíritu. Pero Jesús se enfrentaba en aquel momento a Su destino. La Iglesia enseña que el Hijo de Dios había nacido precisamente para lo que iba a ocurrir en las horas siguientes: sufrir los dolores de la Pasión para así redimir a la humanidad.
A partir de la inspirada descripción de Lucas, comenzamos a comprender que el dolor y el sufrimiento del Salvador eran implacables en el momento de la expiación. De hecho, aumentaron y aumentaron. Sentiría más presión, más tortura, más agonía.
Y es por lo que es importante entonces, meditar en la agonía de Jesús profundizando en el significado de la palabra. Según el diccionario de Biblia y Teología; la palabra se deriva del griego «agon» que significa listo para el combate, y expresa profundo conflicto y dolor que puede llegar a causar la muerte. La agonía de Cristo fue tal que Su sudor era como grandes gotas de sangre. Entendiendo que Jesucristo no era solamente Dios, sino también verdadero hombre, es a la luz de este hecho que examinaremos la sangre que dice el Evangelio que Cristo sudó aquella noche en Getsemaní.
Sin embargo, no hay que ir tan lejos para explicar este hecho. Y es que el hecho de sudar sangre bien ha sido explicado por la medicina. Se trata de una condición llamada hematidrosis, que consiste precisamente en eso, en que las áreas de mayor capilaridad (frente, rostro, manos, pies, cabeza y cuello) se tiñen de un sudor de sangre. Es una afección muy poco frecuente, pero bien documentada. Se describe esta dolencia como causada por una «intensa descarga nerviosa» que estresa el organismo y que provoca una dilatación de los vasos sanguíneos que rodean las glándulas sudoríparas. Esta circunstancia, sumada a la aparición de una sustancia llamada bradiquinina, provoca una enorme presión sobre los vasos sanguíneos subcutáneos, que pueden llegar a romperse, empapando así la piel de un sudor sanguinolento.
Además del proceso fisiológico, es interesante fijarse en la causa de esa hematidrosis. Ya sabemos es provocada por una «intensa descarga nerviosa» y de «gran estrés» que desencadena en el sudor de sangre, por lo cual, es preciso pensar en la situación por la que Jesucristo estaba atravesando.
Hablamos de que Jesús sabía que iba a morir en unas pocas horas y que sabía, además, el cruel modo en que iba a ser ejecutado. En este sentido, el Evangelio narra que la primera reacción de Jesús fue humana y consistió en rechazar lo que se le venía encima: «Padre, si quieres pasa de mí esta copa» (Lucas 22: 42). A pesar de ello, Jesús se sobrepone y responde divinamente aceptando la voluntad del Padre: «Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya».
Y dice Lucas que Jesús entró en «agonía», ya que sabemos que significa «estar dispuesto para el combate». La Palabra nos revela que, en aquella noche, Jesús decidió entrar en el combate; sufrió, sudó y sangró como un soldado velando sus armas para la batalla. Su agonía fue un combate que combinaba Su horror de tener que convertirse en pecador por nosotros, Su separación de Dios el Padre y Su lucha intensa contra los poderes de las tinieblas.
El sufrimiento moral y el estrés que le produjo la hematidrosis dejó a Jesús sin fuerzas físicas. Además, como Sus capilares y vasos sanguíneos estallaron, la piel de Su cuerpo quedó muy dolorida, acusando sobremanera los golpes y latigazos a los que sería sometido horas después, convirtiendo la flagelación en un trágico baño de sangre. Meditemos en cómo clavarían esa corona de espinas en Su ya destrozada epidermis, en todos los azotes recibidos y los clavos que le traspasaron.
Ningún otro hombre, no importa cuán poderosa hubiera sido su fuerza de resistencia física o mental, podría haber padecido en tal forma, porque su organismo humano hubiera sucumbido, y un síncope le habría causado la pérdida del conocimiento ocasionando la muerte y una muerte incapaz de redimir a la humanidad.
Su sangrienta agonía nos abrió un camino perfectamente trazado al cielo; y que nadie jamás podría haber realizado.
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Escrituras
Acerca de este Plan
«Y estando en agonía oraba con más intensidad. Y le sobrevino un sudor como de gotas de sangre que caían hasta el suelo» (Lucas 22:44). Así describe Lucas en su Evangelio la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos, también llamado de Getsemaní, justo la noche antes de Su Pasión y muerte. La pastora Glenda Liz Amador nos invita a reflexionar sobre la sangrienta agonía de Jesús.
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