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Santificación

Cuando te conectaste por primera vez con Jesucristo y recibiste el asombroso derramamiento de Sus dones para ti, los dones del amor, el perdón, la esperanza y la promesa de la inmortalidad, fue lo mejor que te ha pasado. Pero ese no es el final. No estás simplemente existiendo aquí en la tierra. Este planeta no es una estación enorme donde solo estás matando el tiempo esperando el tren que te lleve al cielo.

Fuiste salvo para un propósito ahora, no solo para tu paso posterior al cielo. El día que te convertiste en creyente, el Espíritu Santo se instaló en tu cerebro y corazón y comenzó la transformación personal. El Espíritu tiene una doble agenda: 1) Cambiar tus pensamientos, palabras y comportamientos para que sean más como Cristo, y 2) Hacerte útil a la agenda de Dios para ayudar y convertir a otras personas. Este proceso se llama santificación, hacer santos. San Pablo sabía que se había convertido no solo para sí mismo, sino para que a su vez pudiera convertirse en una bendición para muchos otros: "Por la gracia que Dios me ha dado, para ser ministro de Jesucristo a los no judíos y ministrarles el evangelio de Dios, para que ellos sean una ofrenda agradable a Dios, santificada por el Espíritu Santo" (Romanos 15:15,16).

El proceso de santificación (es decir, transformarte para actuar como un santo en lugar de un pecador) es gradual e incompleto. No será hasta el cielo que estés 100 por ciento libre de pecado. Pero mientras tanto puedes disfrutar del poder del Espíritu, renovándote constantemente y dándote la dignidad de la utilidad.