Rostros - Mujeres de la Biblia 1Muestra
María la Magdalena
María Magdalena aparece solo en cuatro episodios a lo largo de los Evangelios. Mateo, Marcos y Juan la nombran en ocasión de la muerte, crucifixión y resurrección de Jesús. Lucas 8.1-3 trae la cuarta mención y está relacionada con el principio del ministerio de Jesús en Galilea.
Este pasaje es fundamental para comprender los episodios alrededor del Cristo resucitado. Lucas habla de un grupo de mujeres que seguían y servían a Jesús, y subieron junto con Él desde Galilea hasta Jerusalén. A la cabeza de ese grupo siempre aparece María Magdalena (a excepción de Jn 19.25, en que cede el primer lugar a María, la madre de Jesús). También se debe a Lucas otra noticia de esta discípula: Dice que fue liberada por Jesús de una posesión demoníaca (Lc 8.2). Este detalle que también trae Marcos (Mr 16.9) provocó muchas especulaciones: Algunos la asimilaron con la mujer pública que ungió a Jesús y a quien Él había perdonado muchos pecados (Lc 7.36-50). Sin embargo, esta teoría olvida que en ningún texto del NT el endemoniado es considerado pecador, ni hay ningún pasaje que identifique a un endemoniado con una persona de mala conducta sexual o moral (Lc 8.26-39; Mt 8.28-34; 15.25-28).
Algunos estudiosos piensan que María Magdalena habría estado aquejada de una enfermedad psíquica o psicosomática. Si fue así, entonces ella era un testimonio vivo de la presencia del reino de los cielos (como manda decir Jesús a Juan el Bautista, en Lc 7.22).
El Evangelista dice que María Magdalena perteneció al grupo de quienes seguían, servían y subieron junto con Jesús desde Galilea hasta Jerusalén. La conjunción de las tres acciones muestra el verdadero discipulado de esta mujer. Como seguidora de Jesús de la primera hora participó de las enseñanzas del Maestro y lo siguió hasta los momentos finales.
Son las mujeres, con María Magdalena a la cabeza, quienes están presentes durante la crucifixión (Mr 15.40; Lc 23.49; Jn 19.25), mientras los discípulos varones se habían escondido por el miedo (Mt 26.56).
También son ellas las únicas testigos de la sepultura que realiza José de Arimatea (Mr 15.47; Lc 23.55) y es María Magdalena quien, al amanecer del domingo, mientras todavía era noche, descubre la tumba vacía (Mt 28; Mr 16.1-8; Lc 24.1-3). Solo ellas saben qué significa la tumba vacía, porque solo ellas fueron testigos del enterramiento y conocen el lugar exacto en que fue depositado el cuerpo. Su presencia en los momentos difíciles y en la sepultura en particular es recompensada con la aparición del mensajero divino (según Mt 28.9-10 es Jesús mismo quien les sale al encuentro; en Mr 16.5 se trata de un joven con blancas ropas resplandecientes, en Lc son dos hombres, lo cual es típico de Lucas para referirse a mensajeros divinos: Hch 1.10). Las palabras de los dos hombres de Lucas 24.6: «Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea» no dejan lugar a dudas de que estas mujeres, como discípulas plenas, participaron de las enseñanzas de Jesús sobre su muerte y resurrección que ahora se hacían realidad.
Además, porque María Magdalena recibió de primera mano el mensaje del Resucitado y lo transmitió, se pudo llevar a cabo en Galilea el posterior encuentro con el Maestro, encuentro que Magdalena ya había experimentado en forma personal (según Juan, solo ella estaba presente en el episodio de la tumba vacía).
En la escena de la resurrección, María Magdalena adquiere las mismas características que le permitirán más tarde a Pablo autodenominarse Apóstol (1 Co 9.1): ambos tuvieron un encuentro personal con el Cristo resucitado, ambos fueron llamados por Él por su nombre, y a ambos se los envió (en griego, apostello, de donde sale la palabra «apóstol»: enviado) con un mensaje. La diferencia es que el mensaje de María Magdalena será condición imprescindible para los mensajes evangélicos posteriores.
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