La Rebelión De Los SantosMuestra

Los seguidores de Jesús, al igual que el resto de los seres humanos, tenemos nuestras propias gramáticas. Los cristianos de la India y los que se reúnen en Finlandia celebran su comunión de maneras muy distintas; pentecostales, hermanos libres y bautistas, ortodoxos, católicos y protestantes, habitantes del campo o la ciudad, de clase media, baja o alta, niños, jóvenes y mayores… todos respetamos una serie de principios invisibles que crean nuestra propia forma de ser iglesia. Reglas, rituales, esquemas y símbolos adquieren su significado únicamente en contexto; fuera de él, se vuelven superficiales, desubicados, ridículos.

Cuando las costumbres y códigos a los que estamos acostumbrados se vuelven una piedra de tropiezo que aleja a los buscadores del encuentro con Jesús, aquello que era nada más que un vestido, una gramática útil para permitir el diálogo, se convierte en una herramienta perversa que distrae a la iglesia de su identidad y misión. A fin de cuentas, «el reino de Dios no se trata de lo que comemos o bebemos», de nuestros esquemas y gustos, de nuestras tradiciones y gramáticas, «sino de llevar una vida de bondad, paz y alegría en el Espíritu Santo» (Ro. 14:17).

Si el Reino de Dios no tiene que ver con esquemas sino con vidas cambiadas, ser maduro en la fe significa dejar de lado el beneficio y la comodidad: hacerse griego ante los griegos para llegar a ellos y, cuando sea necesario, desechar esos esquemas y hacerse como uno de los judíos para poder alcanzarlos. La fidelidad de la iglesia no está ligada a ninguna gramática sino al seguimiento de Cristo, el Mesías ambulante, el que es un Camino que se conoce y se descubre a lo largo de todo tipo de paisajes y desafíos.