Confianza

Nuestros pequeños vienen a este mundo completamente dependientes de nosotros. Queremos protegerlos desesperadamente, pero inevitablemente les da sarpullido, dolor de estómago y su primer resfriado. Es un trabajo difícil ser bebé, pero puede ser más difícil para las mamás que los ven luchar. 

Cuando mi bebé tenía cuatro días de nacido, tenía ictericia y necesitaba fototerapia. Debía estar en un "cajón" con luz UV desde la tarde del viernes hasta el mediodía del domingo. El único momento en que podíamos sacarlo o abrazarlo era para alimentarlo o cambiarle el pañal. Detestaba eso. Yo sabía que él necesitaba el tratamiento para mejorar, pero me partía el corazón el no poder protegerlo. Me sentía impotente. Gracias a Dios, el fin de semana finalizó y el tratamiento funcionó. 

Esos días difíciles me ayudaron a darme cuenta de que la clave para sobrevivir la paternidad es confiar en Dios. Él es el verdadero protector de mi hijo. A pesar de que tengo un rol importante que desempeñar, mis habilidades son limitadas donde las Suyas no tienen límite. Y por mucho que ame a mi pequeño hombre, Dios lo ama aún más. Puedo confiar en que mi bebé está seguro en Sus manos. 

Elegir confiarle a Dios nuestros hijos no es fácil. Podemos saber con el intelecto que Dios es digno de confianza pero se nos dificulta rendir nuestras dudas y miedos ante Él. Sin embargo, con práctica, podemos aprender a soltar el control y dejar el peso de nuestras preocupaciones a los pies de la cruz. 

El libro de Isaías promete que Dios guardará en perfecta paz a aquel cuyo pensamiento en Él persevera; porque en Él ha confiado. Cuando elegimos confiarle nuestros hijos a Dios, Él reemplazará nuestros pensamientos de ansiedad con Su paz. Es algo que tendremos que hacer una y otra vez, durante toda la vida de nuestros hijos. Mientras antes dominemos este intercambio, antes aprenderemos a vivir en la libertad que Dios tiene para nosotras como mamás.