Ama como JesúsEjemplo

Como Cristo ama a la iglesia (parte 2)

Solo habíamos estado casados por dos cortos años la primera vez que ella lo sintió: un dolor agudo y punzante que inmediatamente abrumó todos sus sentidos. La intensidad decrecería en las próximas horas en olas de dolor, muecas y lágrimas. Siendo un flaquito tímido de 20 años había prometido a esta mujer amarla en las buenas y en las malas, pero pensé que las malas vendrían después de décadas de preparación. No fue lo que pasó. El dolor seguía regresando. En la noche, con un bebé al final del pasillo, tratábamos de conectarnos de la misma forma en la que la mayoría de las parejas casadas disfrutan, pero en lugar de eso solo había dolor. Ese sería de los primeros días de lo que se convertiría en una sequía de intimidad matrimonial. Se arrastró a nuestra habitación y amenazó nuestro matrimonio como una sombra nocturna. El acto diseñado para unirnos más había sido secuestrado para ahora separarnos. Pasaría semanas y lo intentaríamos nuevamente esperando que la situación hubiese cambiado, pero no. Pronto dejamos siquiera de intentar. Muchas noches nos dimos la espalda de cara a las paredes opuestas. Podía escuchar sus sollozos mientras trataba de esconder su dolor, y yo lloraba silenciosamente sobre mi almohada.

No era así como me había imaginado el matrimonio. Los platos y pañales, la ropa sucia y el cesped—todas las responsabilidades se apilaban y nos apartaban. No había momentos para reconciliarse después de discutir, no había mañana de los sábados, no habían noches de citas. La batalla nos dejó física y emocionalmente traumatizados. Pensé que la amaba como Cristo amó a la Iglesia, pero no sabía lo que significaba entregarme a mí mismo por ella. Me di cuenta lo poco que de verdad sabía acerca de amar como Jesús. Pensé seriamente en renunciar. Muchas noches me quedaba despierto después que ella iba a la cama a llorar y orarle a Dios. Me vi repetir los intentos por reconectar con ella rápidamente descartados día tras día por razones que no podía entender.

Allí fue cuando Dios abrió mis ojos y recuerdo que pensé, así es como Jesús se siente sobre mí. Cada mañana Él estaba pidiendo conectarse conmigo, pero yo estaba muy ocupado. Cada noche antes de acostarme, en lugar de pasar tiempo con Jesús, estaba quemando mis emociones revolcándome en la autoconmiseración. Podía imaginarme el dolor y el corazón roto de Jesús cuando repetidamente rechazaba sus invitaciones a la intimidad.

Todo este tiempo me había estado apegando a mis derechos como esposo mientras decía que todo era sobre fortalecer nuestro matrimonio. Si iba a atravesar esto, tenía que cambiar. Aún cuando se sentía unilateral, ella necesitaba que pusiera de lado mis derechos como su esposo y amarla incondicionalmente. Así que, cada vez que sentía un aguijón de rechazo, recordaba cómo se sentía Dios cuando lo rechacé a Él. En Efesios dice que un hombre que ama a su esposa, se ama a sí mismo. Aprendí que cuando menos amado me sentía fue cuando más debía amar a mi esposa. Ese tipo de madurez no vino solo con el pasar del tiempo. Tuvo que ser cultivada a través del dolor, el sacrificio y la sumisión.

Todavía no soy excelente en amarla como la ama Jesús, pero con Su gracia ha restaurado completamente nuestro matrimonio y nos ha dado un vínculo fuerte. Por nuestro dolor y nuestra decisión de amarnos el uno al otro a través de Él, disfrutamos un nivel de intimidad que algunos matrimonios nunca experimentarán.

Michael Martin
Equipo YouVersion