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Nada puede separarnos del amor de Dios

El apóstol Pablo hace una pregunta retórica en la carta a los Romanos capítulo 8, «¿Qué podrá separarnos del amor de Cristo?». Cuando las cosas están bien, parecería que nada puede separarnos del amor de Cristo. Pero cuando hay dificultades, la situación cambia y podemos pensar que su amor ya no está presente. Pero Pablo continúa en su análisis, y pregunta: «¿Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada?». 

Pero hay hijos de Dios que aún no entienden el significado de esta declaración. Entran en crisis cuando viene algún problema. Se deprimen cuando no salen las cosas como querían. Viven en continua queja y reclamo ante Dios, porque lo temporal los sobrepasa. El día que se entienda esta verdad, podrán mantener el gozo de Dios en cualquier adversidad, por pequeña o grave que sea,. El amor de Cristo está en nosotros todo el tiempo, solo que necesita expresarse en nuestra vida, a pesar de las circunstancias. 

Pablo entendió esta verdad y la vivió con autoridad. Por eso vemos a un Pablo gozoso a pesar de estar en la cárcel. Un Pablo viviendo la paz de Dios, a pesar de no poder movilizarse fuera de las cuatro paredes que lo limitaban. Sin embargo, Pablo, con el entendimiento correcto del amor de Cristo, expresó en su vida, en su actitud, en su enfoque de la vida a Cristo. 

Con el entendimiento correcto de Cristo, encontró soluciones y continuó con su misión: el ministerio de la reconciliación. Vemos cómo entonces llegó de manera estratégica a la casa del César. ¿Cómo lo hizo desde la cárcel? ¿Había desaparecido el problema y la limitación? No, la cárcel seguía, la limitación estaba. Pero el propósito eterno prevalecía y trascendió lo temporal. 

No importa la situación compleja que estemos pasando, el amor de Cristo siempre está presente, nos conforta, nos fortalece, nos permite ver más allá del problema y enfocarnos en él. No existe ninguna situación que nos pueda separar de su amor. Recuerda, su amor es eterno y no te abandona, no es la naturaleza de Dios. Los seres humanos somos inconstantes, Dios no. Los seres humanos dejamos de amar, Dios no. Cuando «amó de tal manera al mundo», lo hizo en serio y envió a su Hijo para darnos vida en él, y hacernos sus hijos.

Reflexionemos

¿Acaso nosotros siendo humanos, dejamos de amar a nuestros hijos por los problemas? ¿Qué hace Dios con sus hijos?