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TERCER DÍA: La extravagancia de Jesús 

La palabra extravagancia por lo general no es asociada estrechamente con el cristianismo. A menudo es todo lo contrario: como cristianos podemos hacer un voto de pobreza, comprometernos a dejar algo durante un tiempo de ayuno y vivir sacrificadamente. ¡Sería increíble escuchar a la gente hacer un voto de extravagancia en sus vidas como cristianos! 

Para muchos de nosotros, vivir para Dios significa vivir sacrificadamente. Esa mentalidad de sacrificio estaba destinada a gobernar nuestros hábitos y la forma en que vivimos; nunca estuvo destinada a restringir la forma en la que damos o cómo experimentamos la plenitud de Dios. Jesús no tenía ningún problema con la extravagancia, de hecho, cada vez que leemos acerca de Jesús sirviendo a la humanidad, leemos acerca de su extravagante provisión. El primer milagro de Jesús fue asegurarse de que un banquete de bodas tuviera abundancia del mejor vino; por lo menos dos veces proporcionó un banquete increíble para miles de personas con muchas sobras: se aseguró de que hubiera un tesoro y de que se usara para alimentar a los pobres. La extravagancia de Jesús es evidente en la manera en que el Padre nos ha prodigado con cada bendición espiritual en los reinos celestiales.  

En nuestras vidas, la extravagancia bíblica no es un esfuerzo, sino que es algo que tenemos la oportunidad de dar. María, la hermana de Martha, le trae un regalo extravagante a Jesús. Lo trae, no porque no tenga nada más que ofrecer, sino porque es aquello que lleva la expresión más extravagante de quien ella es. La ofrenda de María es una caja de alabastro de nardo puro. Un perfume caro que la mayoría de los teólogos creen que habría sido su dote. Jesús no se burla de ella por esta demostración extravagante, aunque todos los demás la juzgan por el “despilfarro”. Jesús acepta aquel regalo extravagante y celebra la devoción de María. María no retuvo nada en su ofrenda; en su prodigiosa muestra de devoción entregó lo más preciado que tenía. Es probable que María no entendiera por completo que estaba preparando a Jesús para la cruz. Jesús sí lo entendió, e incluyó para siempre este momento extravagante en el relato de la historia de la cruz. Un acompañamiento para la salvación y la redención de la humanidad... es una ofrenda extravagante. 

Cuando traemos lo mejor de nosotros mismos, lo más preciado, lo que más trabajo nos ha costado ganar, nuestro regalo más brillante a Dios, nunca se desperdicia. Nuestros regalos son aceptados por la revelación de que lo son. El regalo que traemos a Dios es la revelación de que nuestros corazones están comprometidos de lleno a Él; que nuestras vidas están completamente rendidas y que no estamos reteniendo nada. Nuestro regalo trae lo mejor de nosotros mismos a los pies de Jesús. Cuando traemos nuestra mejor ofrenda a Jesús, Él no la desprecia ni nos ridiculiza; Él la acepta ya que le estamos trayendo a Dios lo mejor de nosotros mismos. 

“Les prometo que a medida que este maravilloso evangelio se extienda por todo el mundo, la historia de su generosa devoción hacia mí también será mencionada en su memoria.” 

¿Hay alguna área de tu corazón o de tu vida que hayas estado protegiendo? ¿Alguna área que Dios quiera que rindas en devoción extravagante a Él? 

María tuvo que superar muchas barreras culturales en este momento, pero lo hizo de todos modos. 

¿Qué es aquello que necesitas ofrecerle a tu Dios y que pueda hacer que otros se burlen de ti o que te digan que no “pierdas” tu tiempo, tu talento o tus tesoros en la casa de Dios?