Un año para celebrarMuestra

¡Celebremos!

No abriremos las puertas del nuevo año a las dolorosas notas de la lira, sino al dulce son del arpa de gozo y de los címbalos de alegría. Nosotros, los llamados fieles y escogidos, alejaremos nuestros dolores, levantaremos nuestros pendones y expresaremos nuestra confianza en el nombre de Dios. Dejemos que otros se lamenten de sus problemas; nosotros, que tenemos el árbol que endulza las aguas amargas de Mara, con gozo aclamaremos al Señor.

Espíritu eterno, nuestro eficaz Consolador, nosotros que somos los templos en los que Tú habitas, nunca dejaremos de adorarte y de bendecir el nombre de Jesús. Lo haremos, porque lo hemos decidido; Jesús debe tener la corona del gozo de nuestro corazón; no deshonraremos a nuestro novio lamentándonos en su presencia. Fuimos ordenados como los músicos de los cielos. Ensayemos entonces nuestro eterno himno antes de que lo cantemos en la Nueva Jerusalén. “Regocijémonos y deleitémonos juntos”: dos palabras con un solo significado, doble gozo, gozo sobre gozo. ¿Hay necesidad de que haya algún límite a nuestro gozo en el Señor, incluso hoy? ¿No encuentran los hombres de gracia que su Señor es nardo y azafrán, cálamo y canela, incluso ahora? ¿Qué mejor fragancia hay en el mismo cielo?

“Regocijémonos y deleitémonos juntos”. La última frase es el plato fuerte, la esencia, el alma del texto. ¡Cielos llenos de Jesús! ¡Los ríos de infinito gozo tienen su fuente y cada gota de su plenitud en Él! Ya que tú, dulce Señor Jesús, hoy eres la porción de tu Pueblo, bendícenos este año con tal sentido de tu preciosura, que desde el primer día hasta el último podamos regocijarnos en ti. Permitamos que enero comience con gozo en el Señor y que diciembre termine con regocijo en Jesús.