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Lamentaciones 4:7-22

Lamentaciones 4:7-22 Biblia Reina Valera 1960 (RVR1960)

Sus nobles fueron más puros que la nieve, más blancos que la leche; Más rubios eran sus cuerpos que el coral, su talle más hermoso que el zafiro. Oscuro más que la negrura es su aspecto; no los conocen por las calles; Su piel está pegada a sus huesos, seca como un palo. Más dichosos fueron los muertos a espada que los muertos por el hambre; Porque estos murieron poco a poco por falta de los frutos de la tierra. Las manos de mujeres piadosas cocieron a sus hijos; Sus propios hijos les sirvieron de comida en el día del quebrantamiento de la hija de mi pueblo. Cumplió Jehová su enojo, derramó el ardor de su ira; Y encendió en Sion fuego que consumió hasta sus cimientos. Nunca los reyes de la tierra, ni todos los que habitan en el mundo, Creyeron que el enemigo y el adversario entrara por las puertas de Jerusalén. Es por causa de los pecados de sus profetas, y las maldades de sus sacerdotes, Quienes derramaron en medio de ella la sangre de los justos. Titubearon como ciegos en las calles, fueron contaminados con sangre, De modo que no pudiesen tocarse sus vestiduras. ¡Apartaos! ¡Inmundos! les gritaban; ¡Apartaos, apartaos, no toquéis! Huyeron y fueron dispersados; se dijo entre las naciones: Nunca más morarán aquí. La ira de Jehová los apartó, no los mirará más; No respetaron la presencia de los sacerdotes, ni tuvieron compasión de los viejos. Aun han desfallecido nuestros ojos esperando en vano nuestro socorro; En nuestra esperanza aguardamos a una nación que no puede salvar. Cazaron nuestros pasos, para que no anduviésemos por nuestras calles; Se acercó nuestro fin, se cumplieron nuestros días; porque llegó nuestro fin. Ligeros fueron nuestros perseguidores más que las águilas del cielo; Sobre los montes nos persiguieron, en el desierto nos pusieron emboscadas. El aliento de nuestras vidas, el ungido de Jehová, De quien habíamos dicho: A su sombra tendremos vida entre las naciones, fue apresado en sus lazos. Gózate y alégrate, hija de Edom, la que habitas en tierra de Uz; Aun hasta ti llegará la copa; te embriagarás, y vomitarás. Se ha cumplido tu castigo, oh hija de Sion; Nunca más te hará llevar cautiva. Castigará tu iniquidad, oh hija de Edom; Descubrirá tus pecados.

Lamentaciones 4:7-22 Nueva Versión Internacional - Español (NVI)

Más radiantes que la nieve eran sus príncipes y más blancos que la leche; más rosado que el coral era su cuerpo; su apariencia era la del zafiro. Pero ahora se ven más sucios que el hollín; en la calle nadie los reconoce. Su piel, reseca como la leña, se les pega a los huesos. ¡Dichosos los que mueren por la espada, más que los que mueren de hambre! Torturados por el hambre desfallecen, pues no cuentan con los frutos del campo. Con sus manos, mujeres compasivas cocinaron a sus propios hijos, y esos niños fueron su alimento cuando mi pueblo fue destruido. El SEÑOR dio rienda suelta a su enojo; dejó correr el ardor de su ira. Prendió fuego a Sión y la consumió hasta sus cimientos. No creían los reyes de la tierra, ni tampoco los habitantes del mundo, que los enemigos y adversarios de Jerusalén cruzarían alguna vez sus puertas. Pero sucedió por los pecados de sus profetas, por las iniquidades de sus sacerdotes, ¡por derramar sangre inocente en las calles de la ciudad! Manchados de sangre andan por las calles como ciegos. No hay nadie que se atreva a tocar siquiera sus vestidos. «¡Largo de aquí, impuros!», les grita la gente. «¡Fuera! ¡Fuera! ¡No nos toquen!». El pueblo de otras naciones paganas les dice: «Son unos vagabundos que andan huyendo. No pueden quedarse aquí más tiempo». El SEÑOR mismo los ha dispersado; ya no se preocupa por ellos. Ya no hay respeto para los sacerdotes ni compasión para los ancianos. Para colmo, desfallecen nuestros ojos esperando en vano que alguien nos ayude. Desde nuestras torres estamos en espera de una nación que no puede salvarnos. A cada paso nos acechan; no podemos ya andar por las calles. Nuestro fin se acerca, nos ha llegado la hora; ¡nuestros días están contados! Nuestros perseguidores resultaron más veloces que las águilas del cielo; nos persiguieron por las montañas, nos acecharon en el desierto. También cayó en sus redes el ungido del SEÑOR, que era el aliento de nuestras vidas. Era él de quien decíamos: ¡Viviremos bajo su sombra entre las naciones! ¡Regocíjate y alégrate, hija de Edom, que vives como reina en la tierra de Uz! ¡Pero ya tendrás que beber de esta copa, y quedarás embriagada y desnuda! Tu castigo se ha cumplido, hija de Sión; Dios no volverá a desterrarte. Pero a ti, hija de Edom, te castigará por tu maldad y pondrá al descubierto tus pecados.

Lamentaciones 4:7-22 Traducción en Lenguaje Actual (TLA)

I ncreíblemente hermosos eran los líderes de Jerusalén; estaban fuertes y sanos, estaban llenos de vida. T an feos y enfermos se ven ahora que nadie los reconoce. Tienen la piel reseca como leña, ¡hasta se les ven los huesos! A falta de alimentos, todos mueren poco a poco. ¡Más vale morir en la guerra que morirse de hambre! ¡ D estruida ha quedado Jerusalén! ¡Hasta las madres más cariñosas cocinan a sus propios hijos para alimentarse con ellos! E l enojo de Dios fue tan grande que ya no pudo contenerse; le prendió fuego a Jerusalén y la destruyó por completo. ¡ T erminaron entrando a la ciudad los enemigos de Jerusalén! ¡Nadie en el mundo se imaginaba que esto pudiera ocurrir! I njustamente ha muerto gente a manos de profetas y sacerdotes. Dios castigó a Jerusalén por este grave pecado. J untos andan esos asesinos como ciegos por las calles. Tienen las manos llenas de sangre; ¡nadie se atreve a tocarlos! E n todas partes les gritan: «¡Fuera de aquí, vagabundos! ¡No se atrevan a tocarnos! ¡No pueden quedarse a vivir aquí!» R echazados por Dios, los líderes y sacerdotes vagan por el mundo. ¡Dios se olvidó de ellos! U na falsa esperanza tenemos: que un pueblo venga a salvarnos; pero nuestros ojos están cansados. ¡Nadie vendrá en nuestra ayuda! S e acerca nuestro fin. No podemos andar libremente, pues por todas partes nos vigilan; ¡nuestros días están contados! A un más veloces que las águilas son nuestros enemigos. Por las montañas y por el desierto nos persiguen sin descanso. L a sombra que nos protegía era nuestro rey; Dios mismo nos lo había dado. ¡Pero hasta él cayó prisionero! E sto mismo lo sufrirás tú, que te crees la reina del desierto. Puedes reírte ahora, ciudad de Edom, ¡pero un día te quedarás desnuda! N o volverá Dios a castigarte, bella ciudad de Jerusalén, pues ya se ha cumplido tu castigo. Pero a ti, ciudad de Edom, Dios te castigará por tus pecados.

Lamentaciones 4:7-22 Reina Valera Contemporánea (RVC)

Sus nobles eran más claros que la nieve y más blancos que la leche; de piel más rosada que el coral, de talle más delicado que el zafiro. ¡Pero han quedado irreconocibles! ¡Se ven más oscuros que las sombras! ¡Tienen la piel pegada a los huesos! ¡Están secos como un leño! Más dichosos fueron los que cayeron en batalla que los que fueron muriendo de hambre, porque estos fueron muriendo lentamente por no tener para comer los frutos de la tierra. Con sus propias manos, mujeres piadosas cocinaron a sus hijos. El día que mi ciudad amada fue destruida, sus propios hijos les sirvieron de alimento. El Señor derramó el ardor de su ira y satisfizo su enojo; ¡encendió en Sión un fuego que redujo a cenizas sus cimientos! Jamás creyeron los reyes de la tierra, ni los habitantes del mundo, que nuestros enemigos lograrían pasar por las puertas de Jerusalén. ¡Pero fue por los pecados de sus profetas! ¡Fue por las maldades de sus sacerdotes, que en sus calles derramaron sangre inocente! Tropezaban por las calles, como ciegos. ¡Tan manchadas de sangre tenían las manos que no se atrevían a tocar sus vestiduras! «¡Apártense, gente impura!», les gritaban; «¡Apártense, no toquen nada!» Y se apartaron y huyeron. Y entre las naciones se dijo: «Estos jamás volverán a vivir aquí.» El Señor, en su enojo, los dispersó y no volvió a tomarlos en cuenta, pues no respetaron a los sacerdotes ni se compadecieron de los ancianos. Nuestros ojos desfallecen, pues en vano esperamos ayuda; en vano esperamos el apoyo de una nación incapaz de salvarnos. Vigilan todos nuestros pasos; no podemos salir a la calle; el fin de nuestros días se acerca; ¡nuestra vida ha llegado a su fin! Los que nos persiguen son más ligeros que las águilas del cielo. Nos persiguen por los montes, y en el desierto nos han tendido trampas. Atrapado entre sus redes quedó el ungido del Señor, el que daba aliento a nuestra vida; aquel del cual decíamos: «Bajo su sombra protectora viviremos entre las naciones.» ¡Alégrate ahora, Edom, tú que habitas en la región de Uz! ¡Ya te llegará la hora de beber la copa de la ira, hasta que la vomites! Tu castigo, Sión, ya se ha cumplido, y nunca más volverán a llevarte cautiva. Pero a ti, Edom, el Señor castigará tu iniquidad y pondrá al descubierto tus pecados.

Lamentaciones 4:7-22 Biblia Dios Habla Hoy (DHH94I)

Más blancos que la nieve eran sus hombres escogidos, más blancos que la leche; su cuerpo, más rojizo que el coral; su porte, hermoso como el zafiro. Pero ahora se ven más sombríos que las tinieblas; nadie en la calle podría reconocerlos. La piel se les pega a los huesos, ¡la tienen seca como leña! Mejor les fue a los que murieron en batalla que a los que murieron de hambre, porque estos murieron lentamente al faltarles los frutos de la tierra. Con sus propias manos, mujeres de buen corazón cocieron a sus hijos; sus propios hijos les sirvieron de comida al ser destruida la capital de mi pueblo. El Señor agotó su enojo, dio rienda suelta al ardor de su furia; le prendió fuego a Sión y destruyó hasta sus cimientos. Jamás creyeron los reyes de la tierra, todos los que reinaban en el mundo, que el enemigo, el adversario, entraría por las puertas de Jerusalén. ¡Y todo por el pecado de sus profetas, por la maldad de sus sacerdotes, que dentro de la ciudad misma derramaron sangre inocente! Caminan inseguros, como ciegos, por las calles de la ciudad; tan sucios están de sangre que nadie se atreve a tocarles la ropa. «¡Apártense, apártense —les gritan—; son gente impura, no los toquen!» «Son vagabundos en fuga —dicen los paganos—, no pueden seguir viviendo aquí.» La presencia del Señor los dispersó, y no volvió a dirigirles la mirada. No hubo respeto para los sacerdotes ni compasión para los ancianos. Con los ojos cansados, pero atentos, en vano esperamos ayuda. Pendientes estamos de la llegada de un pueblo que no puede salvar. Vigilan todos nuestros pasos; no podemos salir a la calle. Nuestro fin está cerca, nos ha llegado la hora; ¡ha llegado nuestro fin! Más veloces que las águilas del cielo son nuestros perseguidores; nos persiguen por los montes, ¡nos ponen trampas en el desierto! Preso ha caído el escogido del Señor, el que daba aliento a nuestra vida, el rey de quien decíamos: «A su sombra viviremos entre los pueblos.» ¡Ríete, alégrate, nación de Edom; tú que reinas en la región de Us! ¡También a ti te llegará el trago amargo, y quedarás borracha y desnuda! Tu castigo ha terminado, ciudad de Sión; el Señor no volverá a desterrarte. Pero castigará tu maldad, nación de Edom, y pondrá al descubierto tus pecados.

Lamentaciones 4:7-22 Biblia Reina Valera 1960 (RVR1960)

Sus nobles fueron más puros que la nieve, más blancos que la leche; Más rubios eran sus cuerpos que el coral, su talle más hermoso que el zafiro. Oscuro más que la negrura es su aspecto; no los conocen por las calles; Su piel está pegada a sus huesos, seca como un palo. Más dichosos fueron los muertos a espada que los muertos por el hambre; Porque estos murieron poco a poco por falta de los frutos de la tierra. Las manos de mujeres piadosas cocieron a sus hijos; Sus propios hijos les sirvieron de comida en el día del quebrantamiento de la hija de mi pueblo. Cumplió Jehová su enojo, derramó el ardor de su ira; Y encendió en Sion fuego que consumió hasta sus cimientos. Nunca los reyes de la tierra, ni todos los que habitan en el mundo, Creyeron que el enemigo y el adversario entrara por las puertas de Jerusalén. Es por causa de los pecados de sus profetas, y las maldades de sus sacerdotes, Quienes derramaron en medio de ella la sangre de los justos. Titubearon como ciegos en las calles, fueron contaminados con sangre, De modo que no pudiesen tocarse sus vestiduras. ¡Apartaos! ¡Inmundos! les gritaban; ¡Apartaos, apartaos, no toquéis! Huyeron y fueron dispersados; se dijo entre las naciones: Nunca más morarán aquí. La ira de Jehová los apartó, no los mirará más; No respetaron la presencia de los sacerdotes, ni tuvieron compasión de los viejos. Aun han desfallecido nuestros ojos esperando en vano nuestro socorro; En nuestra esperanza aguardamos a una nación que no puede salvar. Cazaron nuestros pasos, para que no anduviésemos por nuestras calles; Se acercó nuestro fin, se cumplieron nuestros días; porque llegó nuestro fin. Ligeros fueron nuestros perseguidores más que las águilas del cielo; Sobre los montes nos persiguieron, en el desierto nos pusieron emboscadas. El aliento de nuestras vidas, el ungido de Jehová, De quien habíamos dicho: A su sombra tendremos vida entre las naciones, fue apresado en sus lazos. Gózate y alégrate, hija de Edom, la que habitas en tierra de Uz; Aun hasta ti llegará la copa; te embriagarás, y vomitarás. Se ha cumplido tu castigo, oh hija de Sion; Nunca más te hará llevar cautiva. Castigará tu iniquidad, oh hija de Edom; Descubrirá tus pecados.

Lamentaciones 4:7-22 La Biblia de las Américas (LBLA)

Sus consagrados eran más puros que la nieve, más blancos que la leche, más rojizos de cuerpo que los corales, como el zafiro su apariencia. Más negro que el hollín es su aspecto, no se les reconoce por las calles; se ha pegado su piel a sus huesos, se ha marchitado, se ha vuelto como madera. Más dichosos son los que mueren a espada que los que mueren de hambre, que se consumen, extenuados, por falta de los frutos de los campos. Las manos de mujeres compasivas cocieron a sus propios hijos, que les sirvieron de comida a causa de la destrucción de la hija de mi pueblo. El SEÑOR ha cumplido su furor, ha derramado su ardiente ira; y ha encendido un fuego en Sión que ha consumido sus cimientos. No creyeron los reyes de la tierra, ni ninguno de los habitantes del mundo, que pudieran entrar el adversario y el enemigo por las puertas de Jerusalén. A causa de los pecados de sus profetas y de las iniquidades de sus sacerdotes, quienes derramaron en medio de ella la sangre de los justos, vagaron ciegos por las calles, manchados de sangre, sin que nadie pudiera tocar sus vestidos. ¡Apartaos! ¡Inmundos! gritaban de sí mismos. ¡Apartaos, apartaos, no toquéis! Así que huyeron y vagaron; entre las naciones se decía: No seguirán residiendo entre nosotros. La presencia del SEÑOR los dispersó, no volverá a mirarlos. No honraron a los sacerdotes, ni tuvieron piedad de los ancianos. Aun nuestros ojos desfallecían, buscar ayuda fue inútil. En nuestro velar hemos aguardado a una nación incapaz de salvar. Ponían trampas a nuestros pasos para que no anduviéramos por nuestras calles. Se acercó nuestro fin, se cumplieron nuestros días, porque había llegado nuestro fin. Nuestros perseguidores eran más veloces que las águilas del cielo; por los montes nos persiguieron, en el desierto nos tendieron emboscadas. El aliento de nuestras vidas, el ungido del SEÑOR, fue atrapado en sus fosos, aquel de quien habíamos dicho: A su sombra viviremos entre las naciones. Regocíjate y alégrate, hija de Edom, la que habitas en la tierra de Uz; también a ti pasará la copa, te embriagarás y te desnudarás. Se ha completado el castigo de tu iniquidad, hija de Sión: no volverá Él a desterrarte; mas castigará tu iniquidad, hija de Edom; pondrá al descubierto tus pecados.

Lamentaciones 4:7-22 Nueva Traducción Viviente (NTV)

Nuestros príncipes antes rebosaban de salud, más brillantes que la nieve, más blancos que la leche. Sus rostros eran tan rosados como rubíes, su aspecto como joyas preciosas. Pero ahora sus caras son más negras que el carbón; nadie los reconoce en las calles. La piel se les pega a los huesos; está tan seca y dura como la madera. Los que murieron a espada terminaron mejor que los que mueren de hambre. Hambrientos, se consumen por la falta de comida de los campos. Mujeres de buen corazón han cocinado a sus propios hijos; los comieron para sobrevivir el sitio. Pero ahora, quedó satisfecho el enojo del SEÑOR; su ira feroz ha sido derramada. Prendió un fuego en Jerusalén que quemó la ciudad hasta sus cimientos. Ningún rey sobre toda la tierra, nadie en todo el mundo, hubiera podido creer que un enemigo lograra entrar por las puertas de Jerusalén. No obstante, ocurrió a causa de los pecados de sus profetas y de los pecados de sus sacerdotes, que profanaron la ciudad al derramar sangre inocente. Vagaban a ciegas por las calles, tan contaminados por la sangre que nadie se atrevía a tocarlos. «¡Apártense! —les gritaba la gente—. ¡Ustedes están contaminados! ¡No nos toquen!». Así que huyeron a tierras distantes y deambularon entre naciones extranjeras, pero nadie les permitió quedarse. El SEÑOR mismo los dispersó, y ya no los ayuda. La gente no tiene respeto por los sacerdotes y ya no honra a los líderes. En vano esperamos que nuestros aliados vinieran a salvarnos, pero buscábamos socorro en naciones que no podían ayudarnos. Era imposible andar por las calles sin poner en peligro la vida. Se acercaba nuestro fin; nuestros días estaban contados. ¡Estábamos condenados! Nuestros enemigos fueron más veloces que las águilas en vuelo. Si huíamos a las montañas, nos encontraban; si nos escondíamos en el desierto, allí estaban esperándonos. Nuestro rey —el ungido del SEÑOR, la vida misma de nuestra nación— quedó atrapado en sus lazos. ¡Pensábamos que su sombra nos protegería contra cualquier nación de la tierra! ¿Te estás alegrando en la tierra de Uz, oh pueblo de Edom? Tú también beberás de la copa del enojo del SEÑOR; tú también serás desnudada en tu borrachera. Oh bella Jerusalén, tu castigo tendrá fin; pronto regresarás del destierro. Pero Edom, tu castigo apenas comienza; pronto serán puestos al descubierto tus muchos pecados.