Más blancos que la nieve eran sus hombres escogidos,
más blancos que la leche;
su cuerpo, más rojizo que el coral;
su porte, hermoso como el zafiro.
Pero ahora se ven más sombríos que las tinieblas;
nadie en la calle podría reconocerlos.
La piel se les pega a los huesos,
¡la tienen seca como leña!
Mejor les fue a los que murieron en batalla
que a los que murieron de hambre,
porque estos murieron lentamente
al faltarles los frutos de la tierra.
Con sus propias manos,
mujeres de buen corazón cocieron a sus hijos;
sus propios hijos les sirvieron de comida
al ser destruida la capital de mi pueblo.
El Señor agotó su enojo,
dio rienda suelta al ardor de su furia;
le prendió fuego a Sión
y destruyó hasta sus cimientos.
Jamás creyeron los reyes de la tierra,
todos los que reinaban en el mundo,
que el enemigo, el adversario,
entraría por las puertas de Jerusalén.
¡Y todo por el pecado de sus profetas,
por la maldad de sus sacerdotes,
que dentro de la ciudad misma
derramaron sangre inocente!
Caminan inseguros, como ciegos,
por las calles de la ciudad;
tan sucios están de sangre
que nadie se atreve a tocarles la ropa.
«¡Apártense, apártense —les gritan—;
son gente impura, no los toquen!»
«Son vagabundos en fuga —dicen los paganos—,
no pueden seguir viviendo aquí.»
La presencia del Señor los dispersó,
y no volvió a dirigirles la mirada.
No hubo respeto para los sacerdotes
ni compasión para los ancianos.
Con los ojos cansados, pero atentos,
en vano esperamos ayuda.
Pendientes estamos de la llegada
de un pueblo que no puede salvar.
Vigilan todos nuestros pasos;
no podemos salir a la calle.
Nuestro fin está cerca, nos ha llegado la hora;
¡ha llegado nuestro fin!
Más veloces que las águilas del cielo
son nuestros perseguidores;
nos persiguen por los montes,
¡nos ponen trampas en el desierto!
Preso ha caído el escogido del Señor,
el que daba aliento a nuestra vida,
el rey de quien decíamos:
«A su sombra viviremos entre los pueblos.»
¡Ríete, alégrate, nación de Edom;
tú que reinas en la región de Us!
¡También a ti te llegará el trago amargo,
y quedarás borracha y desnuda!
Tu castigo ha terminado, ciudad de Sión;
el Señor no volverá a desterrarte.
Pero castigará tu maldad, nación de Edom,
y pondrá al descubierto tus pecados.