¡Oh, si rasgaras los cielos y descendieras,
si los montes se estremecieran ante tu presencia
(como el fuego enciende el matorral, como el fuego hace hervir el agua),
para dar a conocer tu nombre a tus adversarios,
para que ante tu presencia tiemblen las naciones!
Cuando hiciste cosas terribles que no esperábamos,
y descendiste, los montes se estremecieron ante tu presencia.
Desde la antigüedad no habían escuchado ni dado oídos,
ni el ojo había visto a un Dios fuera de ti
que obrara a favor del que esperaba en Él.
Sales al encuentro del que se regocija y practica la justicia,
de los que se acuerdan de ti en tus caminos.
He aquí, te enojaste porque pecamos;
continuamos en los pecados por mucho tiempo,
¿y seremos salvos?
Todos nosotros somos como el inmundo,
y como trapo de inmundicia todas nuestras obras justas;
todos nos marchitamos como una hoja,
y nuestras iniquidades, como el viento, nos arrastran.
Y no hay quien invoque tu nombre,
quien se despierte para asirse de ti;
porque has escondido tu rostro de nosotros
y nos has entregado al poder de nuestras iniquidades.
¶Mas ahora, oh SEÑOR, tú eres nuestro Padre,
nosotros el barro, y tú nuestro alfarero;
obra de tus manos somos todos nosotros.
No te enojes en exceso, oh SEÑOR,
ni para siempre te acuerdes de la iniquidad;
he aquí, mira, te rogamos, todos nosotros somos tu pueblo.