Siéntate en silencio y entra en las tinieblas, hija de los caldeos, porque nunca más te llamarán soberana de reinos. Estaba enojado contra mi pueblo, profané mi heredad y en tu mano los entregué; no les mostraste compasión, sobre el anciano hiciste muy pesado tu yugo, y dijiste: «Seré soberana para siempre». No consideraste esto en tu corazón, ni te acordaste de su resultado. Ahora pues, oye esto, voluptuosa, tú que moras confiadamente, que dices en tu corazón: «Yo, y nadie más. No me quedaré viuda, ni sabré de pérdida de hijos». Pero estas dos cosas vendrán de repente sobre ti en un mismo día: pérdida de hijos y viudez. Vendrán sobre ti en toda su plenitud a pesar de tus muchas hechicerías, a pesar del gran poder de tus encantamientos. Te sentiste segura en tu maldad y dijiste: «Nadie me ve». Tu sabiduría y tu conocimiento te han engañado, y dijiste en tu corazón: «Yo, y nadie más». Pero un mal vendrá sobre ti que no sabrás conjurar; caerá sobre ti un desastre que no podrás remediar; vendrá de repente sobre ti una destrucción que no conoces.
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