El Señor ya te ha dicho, oh hombre, en qué consiste lo bueno y qué es lo que él espera de ti: que hagas justicia, que seas fiel y leal y que obedezcas humildemente a tu Dios. El Señor está llamando a la ciudad, y es sabio oírle con reverencia: «Escuchen, pueblo y consejeros de la ciudad: En la casa del malvado hay riquezas mal habidas y esas medidas falsas que aborrezco. ¿Cómo podré perdonar al que emplea balanzas alteradas y pesas falsas? Los ricos de esta ciudad son todos opresores; mentirosos y engañadores todos sus habitantes. Por eso he comenzado a castigarte, a destruirte por causa de tus pecados. Comerás, pero no quedarás satisfecho, sino que seguirás sufriendo hambre; recogerás provisiones, pero no podrás salvar nada, y aun si algo salvas, haré que la guerra lo destruya. Sembrarás, pero no cosecharás; molerás aceitunas, pero no aprovecharás el aceite; pisarás uvas, pero no beberás el vino.
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