Yo soy el que ha experimentado el sufrimiento bajo los golpes de la furia del Señor. Me ha llevado a regiones oscuras, me ha hecho andar por caminos sin luz; una y otra vez, a todas horas, descarga su mano sobre mí. Ha hecho envejecer mi carne y mi piel, ha hecho pedazos mis huesos; ha levantado a mi alrededor un cerco de amargura y sufrimientos; me ha hecho vivir en las sombras, como los que murieron hace tiempo. Me encerró en un cerco sin salida; me oprimió con pesadas cadenas; aunque grité pidiendo ayuda, no hizo caso de mis ruegos; me cerró el paso con muros de piedra, ¡cambió el curso de mis senderos! Él ha sido para mí como un león escondido, como un oso a punto de atacarme. Me ha desviado del camino, me ha desgarrado, ¡me ha dejado lleno de terror! ¡Tensó el arco y me puso como blanco de sus flechas! Las flechas lanzadas por el Señor se me han clavado muy hondo. Toda mi gente se burla de mí; a todas horas soy el tema de sus burlas. El Señor me ha llenado de amarguras; amarga es la bebida que me ha dado. Me estrelló los dientes contra el suelo; me hizo morder el polvo. De mí se ha alejado la paz y he olvidado ya lo que es la dicha. Hasta he llegado a pensar que ha muerto mi firme esperanza en el Señor. Recuerdo mi tristeza y soledad, mi amargura y sufrimiento; me pongo a pensar en ello y el ánimo se me viene abajo. Pero una cosa quiero tener presente y poner en ella mi esperanza: El amor del Señor no tiene fin, ni se han agotado sus bondades. Cada mañana se renuevan; ¡qué grande es su fidelidad! Y me digo: ¡El Señor lo es todo para mí; por eso en él confío! El Señor es bueno con los que en él confían, con los que a él recurren. Es mejor esperar en silencio a que el Señor nos ayude.
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