Si mis criados me reclamaban algo, yo siempre atendía a sus peticiones. ¿De qué otra manera podría yo presentarme ante Dios? ¿Qué le respondería cuando él me pidiera cuentas? Un mismo Dios nos formó en el vientre, y tanto a ellos como a mí nos dio la vida. Nunca dejé de socorrer al pobre en su necesidad, ni permití que las viudas pasaran hambre. Nunca comí yo solo mi bocado sin compartirlo con el huérfano. Siempre traté al huérfano como un padre; siempre fui protector de las viudas. Cuando yo veía que alguien moría por falta de ropa, o que un pobre no tenía con qué cubrirse, con la lana de mis propias ovejas le daba calor, y él me quedaba agradecido. Jamás amenacé a un huérfano valiéndome de mi influencia con los jueces. Y si esto no es verdad, que los brazos se me rompan; que se me caigan de los hombros. Yo temía el castigo de Dios; ¡no habría podido resistir su majestad!
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