Yo dije: «¡Ay, Señor,
cómo has engañado a la gente de Jerusalén!
Les prometiste paz,
y lo que tienen es un cuchillo en el cuello.»
Cuando llegue ese momento,
se dirá al pueblo de Jerusalén:
«Un viento caliente del desierto
sopla en dirección de mi pueblo.
No es la brisa que sirve
para limpiar de paja el trigo;
el viento que yo haré venir
será demasiado fuerte para eso,
pues ahora voy a dictar sentencia contra ellos.»
Miren, el enemigo avanza como una nube,
sus carros de guerra parecen un huracán,
sus caballos son más ligeros que las águilas.
¡Ay de nosotros, estamos perdidos!
Jerusalén, limpia del mal tu corazón
y así te salvarás.
¿Hasta cuándo darás vueltas en tu cabeza
a pensamientos perversos?
Desde Dan y las colinas de Efraín
llegan malas noticias:
«Adviertan a las naciones y a Jerusalén
que de un país lejano vienen enemigos
lanzando gritos de guerra
contra las ciudades de Judá.
Rodearán a Judá, como los que cuidan los campos,
porque se rebeló contra el Señor.
Yo, el Señor, lo afirmo.
»Tu conducta y tus acciones
son la causa de lo que te ha sucedido;
tu maldad te ha dado este amargo fruto
y te hiere el corazón.»
¡Me retuerzo de dolor!
¡El corazón me palpita con violencia!
¡Estoy inquieto, no puedo callarme!
He escuchado un toque de trompeta,
un griterío de guerra.
Llegan noticias de continuos desastres;
todo el país está en ruinas.
De repente han sido destruidos mis campamentos,
han quedado deshechas mis tiendas de campaña.
¿Cuánto tiempo aún veré en lo alto la bandera
y escucharé el toque de la trompeta?
«Mi pueblo es estúpido, no me conoce
—dice el Señor.
Son hijos sin juicio, que no reflexionan.
Les sobra talento para hacer el mal,
pero no saben hacer el bien.»
Miré a la tierra, y era un desierto sin forma;
miré al cielo, y no había luz.
Miré a los montes, y estaban temblando;
todas las colinas se estremecían.
Miré y ya no había ningún hombre,
y todas las aves se habían escapado.
Miré y vi los jardines convertidos en desierto,
y todas las ciudades estaban en ruinas.
La ira terrible del Señor
había causado todo esto.
El Señor dice:
«Toda la tierra será arrasada,
pero no la destruiré totalmente.
La tierra se llenará de tristeza
y el cielo se pondrá de luto.
He hablado, y no me arrepentiré;
lo he resuelto, y no me volveré atrás.
Ante los gritos de los jinetes y de los arqueros,
toda la gente sale corriendo;
se esconden en los matorrales
o trepan a los peñascos.
Todas las ciudades quedan abandonadas;
ya no hay nadie que viva en ellas.
Y tú, ciudad en ruinas,
¿para qué te vistes de púrpura?,
¿para qué te cubres con joyas de oro?,
¿para qué te pintas de negro los ojos?
De nada sirve que te embellezcas,
pues tus amantes te han rechazado
y lo que buscan es tu muerte.
Oigo gritos de dolor, como de una mujer
que da a luz a su primer hijo;
son los gritos de Sión,
que gime, extiende los brazos y dice:
“¡Ay de mí! ¡Me van a matar los asesinos!”»