Todos esos pueblos incontables
que hacen la guerra a Ariel,
todos los que lo combaten
y atacan sus fortificaciones,
los mismos que lo oprimen,
serán como un sueño o una visión nocturna.
Será como cuando un hambriento sueña
y cree que está comiendo,
pero luego se despierta con el estómago vacío;
o como cuando un sediento sueña
y cree que está bebiendo,
pero luego se despierta con sed
y con la garganta reseca.
Así sucederá con todos esos innumerables pueblos
que atacan el monte Sión.
¡Sigan ustedes siendo estúpidos!
¡Sigan siendo ciegos, sin ver nada!
¡Sigan tambaleándose como borrachos,
aunque no hayan tomado bebidas embriagantes!
Pues el Señor ha enviado sobre ustedes
un sueño profundo.
Los profetas son los ojos del pueblo,
pero el Señor los ha cubierto con un velo.
Toda visión se ha convertido para ustedes
en algo así como lo escrito
en un pliego enrollado y sellado.
Si alguien se lo da a uno que sabe leer
y le dice: «Lee esto»,
él responderá:
«No puedo, porque está sellado.»
Y si se lo da a uno que no sabe leer
y le dice: «Lee esto»,
él responderá: «No sé leer.»
El Señor me dijo:
«Este pueblo me sirve de palabra
y me honra con la boca,
pero su corazón está lejos de mí,
y el culto que me rinde
son cosas inventadas por los hombres
y aprendidas de memoria.
Por eso, con prodigios y milagros
dejaré otra vez maravillado a este pueblo.
La sabiduría de sus sabios
y la inteligencia de sus inteligentes desaparecerán.»
¡Ay de aquellos que se esconden del Señor
para ocultar sus planes,
que hacen sus maldades en la sombra
y dicen: «Nadie nos ve. Nadie se da cuenta»!
¡Qué modo de pervertir las cosas!
Como si el barro fuera igual
a aquel que lo trabaja.
Un objeto no va a decir al que lo hizo:
«Tú no me hiciste»,
ni una pieza de barro al que la fabrica:
«No sabes lo que estás haciendo.»
Dentro de poco tiempo
el bosque se convertirá en campos de cultivo
y los campos de cultivo parecerán un bosque.
En ese día los sordos podrán oír
cuando alguien les lea,
y los ciegos podrán ver,
libres de oscuridad y de tinieblas.
Los humildes volverán a alegrarse en el Señor,
los más pobres se gozarán
en el Dios Santo de Israel.
Se acabarán los insolentes,
dejarán de existir los arrogantes
y desaparecerán los que solo piensan en hacer el mal,
esos que acusan de crímenes a otros,
y ponen trampas al juez,
y con engaños niegan justicia al inocente.
Por eso, el Señor, el Dios de Israel,
el que rescató a Abraham, dice:
«De ahora en adelante Jacob no sentirá vergüenza,
ni su rostro se enrojecerá,
porque cuando sus descendientes
vean lo que he hecho en su pueblo,
reconocerán mi santidad y me temerán a mí,
el Dios Santo de Israel.
Los que estaban confundidos aprenderán a ser sabios,
y los murmuradores aceptarán las enseñanzas.»