Lo que digo es esto: Dios hizo una alianza con Abraham, y la confirmó. Por eso, la ley de Moisés, que vino cuatrocientos treinta años después, no puede anular aquella alianza y dejar sin valor la promesa de Dios. Pues si lo que Dios prometió darnos dependiera de la ley de Moisés, ya no sería una promesa; pero el hecho es que Dios prometió a Abraham dárselo gratuitamente. Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue dada después, para poner de manifiesto la desobediencia de los hombres, hasta que viniera esa «descendencia» a quien se le había hecho la promesa. La ley fue proclamada por medio de ángeles, y Moisés sirvió de intermediario. Pero no hay necesidad de intermediario cuando se trata de una sola persona, y Dios es uno solo. ¿Acaso esto quiere decir que la ley está en contra de las promesas de Dios? ¡Claro que no! Porque si la ley pudiera dar vida, entonces la justicia realmente se obtendría en virtud de la ley. Pero, según lo que dice la Escritura, todos son prisioneros del pecado, para que quienes creen en Jesucristo puedan recibir lo que Dios ha prometido. Antes de venir la fe, la ley nos tenía presos, esperando a que la fe fuera dada a conocer.
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