»¡Qué mal te va a ir, Jerusalén! Eres una ciudad desobediente, y maltratas a los demás. ¡Estás llena de pecado! No aceptas consejos de nadie, ni permites que se te corrija; no me buscas ni confías en mí. »Tus jefes más importantes parecen leones feroces; tus gobernantes parecen lobos, que atacan por la noche y no dejan nada para la mañana. Tus profetas son orgullosos, y no se puede confiar en ellos; tus sacerdotes ofenden mi santuario y no obedecen mis mandamientos. ¡Esos malvados no tienen vergüenza! »Yo estoy en ti, Jerusalén, para hacerte bien, no para hacerte daño. Todos los días te trato con justicia. »Yo he destruido naciones, y he derribado sus torres; ya no hay nadie que camine por sus calles solitarias; sus ciudades están desiertas, pues no queda un solo habitante. »Todo esto lo hice por ti, Jerusalén. Pensé que así me obedecerías y no tendría que castigarte. Pero tus habitantes se dieron prisa para cometer toda clase de maldad. »Y ahora, como han actuado así, ya se acerca el día en que vendré a castigarlos. Yo soy el Dios de Israel, y les juro que así lo haré. Ya he decidido reunir a las naciones para castigarlas con toda mi furia. Cuando me enojo, soy como el fuego; ¡voy a quemar toda la tierra!
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