1 (2) Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?
¡Tan lejos te mantienes
que no vienes en mi ayuda
ni escuchas mis gritos de dolor!
2 (3) Dios mío,
te llamo de día,
y no me escuchas;
te llamo de noche,
y no me respondes.
3 (4) Entre los dioses
tú eres único,
tú eres rey,
tú mereces que Israel te alabe.
4 (5) Nuestros padres confiaron en ti;
en ti confiaron, y tú los libraste;
5 (6) te pidieron ayuda, y los salvaste;
en ti confiaron, y no les fallaste.
6 (7) En cambio yo,
más que hombre parezco un gusano.
Soy la burla de hombres y mujeres;
todo el mundo me desprecia.
7 (8) Todos los que me ven,
se ríen de mí,
y en son de burla
tuercen la boca y mueven la cabeza.
8 (9) Hasta dicen:
«Ya que este confió en Dios,
¡que venga Dios a salvarlo!
Ya que Dios tanto lo quiere,
¡que venga él mismo a librarlo!»
9 (10) Pero digan lo que digan,
fuiste tú quien me hizo nacer;
fuiste tú quien me hizo descansar
en los brazos de mi madre.
10 (11) Todavía no había nacido yo,
cuando tú ya me cuidabas.
Aún estaba yo dentro de mi madre,
cuando tú ya eras mi Dios.
11 (12) ¡No me dejes solo!
¡Me encuentro muy angustiado,
y nadie me brinda su ayuda!
12 (13) Me rodean mis enemigos,
parecen toros bravos de Basán.
13 (14) Parecen leones feroces,
que se lanzan contra mí
con ganas de despedazarme.
14 (15) Me he quedado sin fuerzas,
¡estoy totalmente deshecho!
¡Mi corazón ha quedado
como cera derretida!
15 (16) Tengo reseca la garganta,
y pegada la lengua al paladar;
me dejaste tirado en el suelo,
como si ya estuviera muerto.
16 (17) Una banda de malvados,
que parece manada de perros,
me rodea por todos lados
y me desgarra pies y manos,
17 (18) ¡hasta puedo verme los huesos!
Mis enemigos me vigilan sin cesar,
18 (19) hicieron un sorteo
para ver quién se queda con mi ropa.
19 (20) Dios mío, tú eres mi apoyo,
¡no me dejes!
¡Ven pronto en mi ayuda!
20-21 (21-22) ¡Respóndeme, sálvame la vida!
¡No dejes que me maten!
¡No dejes que me despedacen!
Mis enemigos parecen perros,
parecen toros que quieren atacarme,
parecen leones que quieren devorarme.
22 (23) Cuando mi pueblo se junte
para adorarte en el templo,
yo les hablaré de ti,
y te cantaré alabanzas.
23 (24) Ustedes, pueblo de Israel,
que saben honrar a Dios,
¡reconozcan su poder y adórenlo!
24 (25) Dios recibe a los pobres
con los brazos abiertos.
Dios no les vuelve la espalda,
sino que atiende sus ruegos.
25 (26) Dios mío, solo a ti te alabaré;
te cumpliré mis promesas
cuando el pueblo que te honra
se reúna para alabarte.
26 (27) Los pobres comerán
y quedarán satisfechos;
los que te buscan, Dios mío,
te cantarán alabanzas.
¡Dales larga vida!
27 (28) Dios mío,
desde países lejanos,
todas las tribus y naciones
se acordarán de ti
y vendrán a adorarte.
28 (29) Tú eres rey
y gobiernas a todas las naciones.
29 (30) Nadie es dueño de su vida.
Por eso los que habitan este mundo,
y los que están a punto de morir
se inclinarán ante ti,
y harán fiestas en tu honor.