Queridos hermanos y amigos, estoy muy contento y orgulloso de ustedes. ¡Realmente los extraño! ¡No dejen de confiar en el Señor Jesús! Les ruego a Evodia y a Síntique que se pongan de acuerdo, pues las dos son cristianas. A ti, mi fiel compañero de trabajo, te pido que las ayudes. Ellas han luchado junto conmigo por anunciar la buena noticia, junto con Clemente y mis otros compañeros de trabajo. Los nombres de todos ellos ya están anotados en el libro de la vida eterna. ¡Vivan con alegría su vida cristiana! Lo he dicho y lo repito: ¡Vivan con alegría su vida cristiana! Que todo el mundo se dé cuenta de que ustedes son buenos y amables. El Señor Jesús viene pronto. No se preocupen por nada. Más bien, oren y pídanle a Dios todo lo que necesiten, y sean agradecidos. Así Dios les dará su paz, esa paz que la gente de este mundo no alcanza a comprender, pero que protege el corazón y el entendimiento de los que ya son de Cristo. Finalmente, hermanos, piensen en todo lo que es verdadero, en todo lo que merece respeto, en todo lo que es justo y bueno; piensen en todo lo que se reconoce como una virtud, y en todo lo que es agradable y merece ser alabado. Practiquen todas las enseñanzas que les he dado, hagan todo lo que me vieron hacer y me oyeron decir, y Dios, que nos da su paz, estará con ustedes siempre.
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