Coré era un levita de la familia de Quehat, y su padre se llamaba Ishar. Coré tenía tres amigos de la tribu de Rubén: Datán y Abiram, que eran hijos de Eliab, y On, hijo de Pélet. Ninguno de ellos quería que Moisés fuera su jefe, y a ellos se les unieron doscientos cincuenta jefes israelitas que eran consejeros de la gente y muy respetados por todos.
Coré y su grupo fueron a decirles a Moisés y a Aarón:
—¡Ya estamos hartos de que ustedes se crean los jefes de todos nosotros! Dios está con todo el pueblo, y a todos nos ha elegido para servirle. ¿Por qué quieren hacerlo todo?
Cuando Moisés oyó esto, se tiró de cara al suelo, y les dijo a Coré y a su grupo:
—¡Ustedes, descendientes de Leví, son los que me tienen harto! Vengan mañana temprano con su brasero para quemar incienso y pónganlo delante de Dios. Entonces Dios elegirá a los que él quiera que le sirvan en el santuario, y solo ellos podrán hacerlo.
Luego Moisés le dijo a Coré:
—¡Escúchame, tú y los descendientes de Leví que están contigo! ¿Les parece poco que Dios los haya elegido de entre todos los israelitas para que le sirvan en su santuario? Dios los eligió a ustedes para que estén cerca de él. ¿Por qué ahora quieren ser también sacerdotes? No se están quejando y rebelando contra Aarón sino contra Dios.
Luego Moisés mandó llamar a Datán y a Abiram, pero ellos le respondieron:
«No iremos. Bastante daño nos has hecho con sacarnos de un país en donde siempre había abundancia de alimentos como lo era Egipto. Tú prometiste llevarnos a un territorio con muchos campos y muchas viñas, en donde siempre habría abundancia de alimentos. ¡Pero solo nos trajiste a morir a un desierto donde no hay nada bueno! ¿Y aun así quieres que te obedezcamos y te sigamos? ¿Crees que estamos ciegos? ¡No queremos verte, ni hablarte!»
Moisés se enojó muchísimo y le dijo a Dios: «No aceptes sus ofrendas, Dios mío. Yo nunca les he hecho ningún daño, y ellos jamás me han dado nada. ¿Cómo pueden decir que me aprovecho de ellos?»
Luego Moisés le recordó a Coré que debía venir al día siguiente con Aarón y los doscientos cincuenta descendientes de Leví, y traer sus braseros para quemar incienso delante de Dios.
Al día siguiente, Coré reunió a todos sus compañeros frente al santuario para enfrentarse a Moisés y a Aarón. Cada uno llevaba su brasero encendido. Entonces Dios se presentó con toda su gloria delante del pueblo, y les dijo a Moisés y a Aarón:
—¡Aléjense de esta gente, porque ahora mismo los voy a destruir a todos!
Moisés y Aarón se tiraron de cara al suelo, y le dijeron a Dios:
—Dios mío, tú que nos das vida a todos, ¡no los mates! ¿Vas a destruirlos por culpa de un solo hombre?
Dios le respondió a Moisés:
—Diles a todos los israelitas que se alejen de las tiendas de campaña donde están Coré, Datán y Abiram.
Moisés se levantó y fue a donde estaban Datán y Abiram. Con él iban los ancianos que eran jefes del pueblo. Y Moisés le dijo a todo el pueblo: «Aléjense de las tiendas de esos malvados, y ni siquiera toquen lo que les pertenece. No sea que por su culpa mueran también ustedes».
El pueblo se alejó de Datán, Abiram y Coré, que estaban a la entrada de sus tiendas, con sus mujeres y sus hijos. Entonces Moisés dijo:
«Ahora verán que yo solo sigo órdenes de Dios, y no actúo por mi propia cuenta. Si esta gente muere normalmente, como cualquiera de nosotros, entonces significa que yo hago las cosas por mi cuenta. Pero si Dios hace algo extraordinario, y se abre la tierra y se los traga vivos, no habrá duda de que ellos se rebelaron contra Dios».
En cuanto Moisés terminó de hablar, la tierra se abrió y se tragó vivos a todos los que habían seguido a Coré, junto con sus familias y todas sus pertenencias. Así fue como desapareció toda aquella gente.
Al ver esto, todo el pueblo salió corriendo y gritando: «¡Vámonos de aquí! ¡No sea que también a nosotros nos trague la tierra!»
Enseguida, Dios envió un fuego, y los doscientos cincuenta descendientes de Leví murieron quemados.