Los israelitas siempre se quejaban con Dios por los problemas que tenían. Cuando Dios oyó sus quejas, se enojó mucho y prendió un fuego alrededor del campamento. La gente empezó a gritar y a pedirle ayuda a Moisés. Entonces Moisés rogó a Dios por ellos, y el fuego se apagó. Por eso llamaron a ese lugar Taberá, que quiere decir «incendio». Lo llamaron así para recordar que Dios se había enojado allí contra ellos.
Cada noche el maná y el rocío del campo caían juntos. El maná era pequeño como la semilla del cilantro, y amarillo como la resina. Por la mañana la gente salía al campo a recogerlo, luego lo molía, lo cocinaba y hacía panes con él. El maná tenía un sabor parecido al del pan de harina con aceite.
Sin embargo, entre los israelitas había gente de otros pueblos que solo se preocupaba por comer. Los israelitas se dejaron llevar por ellos, y empezaron a llorar y a decir:
«¡Ojalá pudiéramos comer carne! ¿Se acuerdan del pescado que comíamos gratis en Egipto? ¡Y qué sabrosos eran los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos que allá comíamos! En cambio, ahora nos estamos muriendo de hambre, ¡y lo único que vemos es maná!»
Moisés se dio cuenta de que todos los israelitas lloraban a la entrada de sus tiendas, y se molestó porque sabía que esto haría enojar mucho a Dios. Por eso le preguntó a Dios:
—Yo soy tu servidor. ¿Por qué me tratas mal y me obligas a soportar a este pueblo? ¡Yo no soy su padre ni su madre! ¡No tengo por qué cargar con ellos y llevarlos al territorio que tú les vas a dar! Ellos vienen a mí llorando, y me piden carne. ¿De dónde voy a sacar tanta carne para que coma todo este pueblo?
»Por mis propias fuerzas, yo solo no puedo llevar a este pueblo; ¡es demasiado trabajo para mí! Si vas a seguir tratándome así, mejor quítame la vida. ¡Me harías un gran favor! ¡Ya tengo suficientes problemas con esta gente!
Dios le respondió a Moisés:
—Reúne de entre el pueblo a setenta ancianos que sean líderes. Llévalos al santuario, y que esperen allí. Yo bajaré entonces y te hablaré. Pondré en los ancianos una parte del espíritu que está en ti, para que te ayuden a dirigir al pueblo; así no tendrás que hacerlo todo.
Luego Dios le dijo a Moisés:
—Dile al pueblo que mañana comerán carne, pero primero deben purificarse. Diles que ya escuché su llanto y sus quejas, y que andan diciendo: “¡Queremos comer carne! ¡Estábamos mejor en Egipto!”
»Yo les voy a dar carne. Y no solo un día, ni dos, ni cinco, ni diez, ni veinte. Voy a darles carne todo un mes, hasta que se cansen de comerla, ¡hasta que les dé asco y se les salga por las narices!
»Ese será su castigo por haberme rechazado y no reconocer mi presencia entre ustedes. Eso les pasará por haberse quejado y por decir: “¡Mejor nos hubiéramos quedado en Egipto!”
Y Moisés respondió:
—Dios mío, ¿de dónde vas a sacar tanta carne para darles de comer todo un mes? Son como seiscientos mil hombres, sin contar a las mujeres. Aun si matáramos todas las vacas y ovejas que traemos, o les diéramos todos los peces del mar, no habría bastante para todos.
Pero Dios le dijo a Moisés