«Dios grande y poderoso; ante ti todo el mundo tiembla de miedo. Tú cumples tus promesas a los que te aman y te obedecen. Escúchame y atiende mi oración, pues soy tu servidor. Día y noche te he rogado por los israelitas, que también son tus servidores. Reconozco que todos hemos pecado contra ti. He pecado yo, y también mis antepasados. Hemos actuado muy mal y no hemos obedecido los mandamientos que nos diste por medio de Moisés. Acuérdate de lo que le dijiste a Moisés: Le advertiste que si no te obedecíamos en todo, tú nos enviarías a países muy lejanos. Pero también dijiste que si nos arrepentíamos y obedecíamos tus mandamientos nos volverías a reunir. También dijiste que tú nos traerías de vuelta al sitio que has elegido para que te adoremos, aun cuando estuviéramos en los lugares más lejanos. »Nosotros somos tus servidores; pertenecemos al pueblo que tú sacaste de Egipto con gran poder. Dios, escucha mi oración y las oraciones de tus servidores que desean adorarte. Haz que el rey me reciba bien y que yo tenga éxito».
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