Por eso, no confíen en nadie ni crean en lo que otros les digan. Tengan cuidado de lo que hablan, porque los hijos y las hijas no respetan a sus padres, las nueras desprecian a sus suegras, y nuestros peores enemigos los tenemos en la familia. ¡Por eso no confíen en nadie, ni en su propia esposa! Yo, por mi parte, pondré mi confianza en Dios. Él es mi salvador, y sé que habrá de escucharme. Los israelitas dijeron: «Babilonia, nación enemiga, no te alegres de vernos en desgracia. Fuimos derrotados, pero volveremos a levantarnos; ahora estamos en graves problemas, pero el Dios de Israel nos salvará. »Es verdad que pecamos contra Dios; por eso soportamos su castigo. Pero un día habrá de juzgarnos, y entonces nos hará justicia y nos hará gozar de su salvación. »Babilonia, enemiga nuestra, tú preguntabas por nuestro Dios; ¡pues vas a quedar en vergüenza cuando veas lo que hará por nosotros! ¡Ya nos alegraremos al verte pisoteada como el barro de las calles! »Jerusalén, ya está cerca el día en que tus muros serán reconstruidos y tu territorio será extendido. Ya está cerca el día en que vendrán a visitarte pueblos de todas partes: vendrán de Asiria y de Egipto, del río Nilo y del río Éufrates, de un mar a otro mar, de una montaña a otra montaña; porque el territorio de esos países quedará hecho un desierto por los pecados de sus habitantes. »Dios nuestro, cuida de tu pueblo; cuida de este rebaño tuyo. Aunque vivimos en tierras fértiles parecemos ovejas perdidas en el bosque. Tú eres nuestro pastor, ven y ayúdanos como lo hiciste en otros tiempos. Aliméntanos con lo mejor que nos ofrecen las regiones de Basán y de Galaad. »Muéstranos tus grandes acciones, como cuando nos sacaste de Egipto.
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