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Lucas 8:22-46

Lucas 8:22-46 TLA

Un día, Jesús subió a una barca con sus discípulos, y les dijo: «Vamos al otro lado del lago». Entonces partieron, y mientras navegaban Jesús se quedó dormido. De pronto se desató una tormenta sobre el lago, y el agua empezó a meterse en la barca. Los discípulos, al ver el grave peligro que corrían, a gritos despertaron a Jesús: —¡Maestro, Maestro, nos hundimos! Jesús se levantó, y ordenó al viento y a las olas que se calmaran. Y así fue; todo quedó tranquilo. Luego les dijo a los discípulos: —¡Ustedes no confían en mí! Pero ellos estaban tan asustados y asombrados que se decían: «¿Quién es este hombre, que hasta el viento y las olas lo obedecen?» Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla del lago, a la región de Gerasa. Cuando Jesús bajó de la barca, le salió al encuentro un hombre de ese lugar, que tenía muchos demonios. Ese hombre no vivía en una casa, sino en el cementerio, y hacía ya mucho tiempo que andaba desnudo. Como los demonios lo atacaban muchas veces, la gente le ponía cadenas en las manos y en los pies, y lo mantenía vigilado. Pero él rompía las cadenas, y los demonios lo hacían huir a lugares solitarios. Cuando este hombre vio a Jesús, lanzó un grito y cayó de rodillas ante él. Entonces Jesús ordenó a los demonios que salieran del hombre, pero ellos gritaron: —¡Jesús, Hijo del Dios altísimo! ¿Qué vas a hacer con nosotros? Te rogamos que no nos hagas sufrir. Jesús le preguntó al hombre: —¿Cómo te llamas? Él contestó: —Me llamo Ejército. Dijo eso porque eran muchos los demonios que habían entrado en él. Los demonios le rogaron a Jesús que no los mandara al abismo, donde se castiga a los demonios. Cerca de allí, en un cerro, había muchos cerdos comiendo. Los demonios le suplicaron a Jesús que los dejara entrar en esos animales, y él les dio permiso. Los demonios salieron del hombre y se metieron dentro de los cerdos. Entonces los cerdos corrieron cuesta abajo, y cayeron en el lago y se ahogaron. Cuando los hombres que cuidaban los cerdos vieron lo que había pasado, corrieron al pueblo y les contaron a todos lo sucedido. La gente fue a ver qué había pasado. Al llegar, vieron sentado a los pies de Jesús al hombre que antes había tenido los demonios. El hombre estaba vestido y se comportaba normalmente, y los que estaban allí temblaban de miedo. Los que vieron cómo Jesús había sanado a aquel hombre, empezaron a contárselo a todo el mundo. Entonces los habitantes de la región de Gerasa le rogaron a Jesús que se fuera de allí, porque tenían mucho miedo. Cuando Jesús subió a la barca para regresar a Galilea, el hombre que ahora estaba sano le rogó a Jesús que lo dejara ir con él. Pero Jesús le dijo: «Vuelve a tu casa y cuéntales a todos lo que Dios ha hecho por ti.» El hombre se fue al pueblo y contó todo lo que Jesús había hecho por él. Cuando Jesús regresó a Galilea, la gente lo recibió con mucha alegría, pues lo había estado esperando. En ese momento llegó un hombre llamado Jairo, que era jefe de la sinagoga. Se acercó a Jesús, se inclinó hasta el suelo y le suplicó que fuera a su casa, porque su única hija, que tenía doce años, se estaba muriendo. Jesús se fue con Jairo. Mucha gente los siguió y se amontonó alrededor de Jesús. Entre esa gente estaba una mujer enferma. Desde hacía doce años tenía una enfermedad que le hacía perder mucha sangre. Había gastado todo su dinero en médicos, pero ninguno había podido sanarla. Ella se acercó a Jesús por detrás, tocó levemente su manto, y enseguida quedó sana. Entonces Jesús le preguntó a la gente: —¿Quién me tocó? Como todos decían que no había sido ninguno de ellos, Pedro le dijo: —Maestro, ¿no ves que todos se amontonan a tu alrededor y te empujan? Pero Jesús volvió a decirles

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