Jesús se reunió a solas con los doce discípulos y les dijo: «Ahora iniciamos nuestro viaje hacia Jerusalén. Allí pasará todo lo que anunciaron los profetas acerca de mí, el Hijo del hombre. Porque en Jerusalén unos hombres me entregarán a las autoridades de Roma. Los romanos se burlarán de mí, me insultarán y me escupirán en la cara. Luego me golpearán y me matarán, pero después de tres días, resucitaré.» Los discípulos no entendieron de qué hablaba Jesús. Era algo que ellos no podían comprender. Jesús iba llegando a la ciudad de Jericó. Junto al camino estaba un ciego pidiendo limosna. Cuando el ciego oyó el ruido de la gente que pasaba, preguntó: —¿Qué sucede? La gente le explicó: —Ahí viene Jesús, el del pueblo de Nazaret. Entonces el ciego se puso a gritar: «¡Jesús, tú que eres el Mesías, ten compasión de mí y ayúdame!» Los que iban delante reprendían al ciego para que se callara, pero él gritó con más fuerza: «¡Mesías, ten compasión de mí y ayúdame!» Jesús se detuvo y ordenó que trajeran al ciego. Cuando el ciego estuvo cerca, Jesús le preguntó: —¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le respondió: —Señor, ¡quiero volver a ver! Jesús le dijo: —¡Muy bien, ya puedes ver! Te has sanado porque confiaste en mí. En ese mismo instante, el ciego pudo ver, y siguió a Jesús, alabando a Dios. Toda la gente que vio esto, también alababa a Dios.
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