Así como el fuego es la causa de que salten chispas, nosotros somos responsables de nuestra propia desgracia. »Si yo estuviera en tu lugar, pondría mi caso en manos de Dios. Sus milagros y maravillas no los podemos entender. Dios hace que la lluvia caiga sobre los campos; Dios da poder a los humildes y ayuda a los afligidos; Dios hace que los astutos caigan en sus propias trampas; les desbarata sus planes malvados y les arruina sus malas acciones. Dios hace que se tropiecen de día como si anduvieran de noche, pero salva a la gente pobre del poder de sus enemigos; a los pobres les devuelve la esperanza, pero a los malvados los deja callados. »Cuando el Dios todopoderoso te corrija, puedes considerarte bendecido; no desprecies su corrección. Dios hiere, pero cura la herida; Dios golpea, pero alivia el dolor. Una y otra vez vendrá a ayudarte, y aunque estés en graves peligros no dejará que nada te dañe. En tiempos de hambre, no dejará que te mueras; en tiempos de guerra, no dejará que te maten. Cuando alguien te maldiga, no tendrás por qué tener miedo; esa maldición no se cumplirá. Te reirás del hambre y de las calamidades, y no tendrás por qué temer a los animales salvajes: ¡las piedras del campo y las bestias salvajes serán tus mejores amigas! En tu casa vivirás tranquilo, y cuando cuentes tu ganado no te faltará un solo animal. Tendrás muchos hijos y muchos nietos; ¡nacerán como la hierba del campo! Serás como el trigo que madura en la espiga: no morirás antes de tiempo, sino cuando llegue el momento. Esto es un hecho comprobado. Si nos prestas atención, tú mismo podrás comprobarlo».
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