Al anochecer los discípulos de Jesús subieron a una barca, y comenzaron a cruzar el lago para ir al pueblo de Cafarnaúm. Ya había oscurecido totalmente, y Jesús todavía no había regresado. De pronto empezó a soplar un fuerte viento, y las olas se hicieron cada vez más grandes. Los discípulos ya habían navegado cinco o seis kilómetros, cuando vieron a Jesús caminar sobre el agua. Como Jesús se acercaba cada vez más a la barca, tuvieron miedo. Pero él les dijo: «¡Soy yo! ¡No tengan miedo!»
Los discípulos querían que Jesús subiera a la barca, pero muy pronto la barca llegó al lugar adonde iban.
Al día siguiente, la gente que estaba al otro lado del lago se enteró de que los discípulos se habían ido en la única barca que había, y de que Jesús no se había ido con ellos. Otras barcas llegaron de la ciudad de Tiberias, y se detuvieron cerca del lugar donde el Señor Jesús había dado gracias por el pan con que alimentó a la gente. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos venían en esas barcas, decidió ir a buscarlo. Entonces subió a las barcas y cruzó el lago en dirección a Cafarnaúm.
La gente encontró a Jesús al otro lado del lago, y le preguntó:
—Maestro, ¿cuándo llegaste?
Jesús respondió:
—Francamente, ustedes me buscan porque comieron hasta quedar satisfechos, y no por haber entendido los milagros que hice. No se preocupen tanto por la comida que se acaba, sino por la comida que dura y que da vida eterna. Esa es la comida que yo, el Hijo del hombre, les daré, y ya Dios mi Padre les ha mostrado que yo tengo autoridad.
La gente le preguntó:
—¿Qué es lo que Dios quiere que hagamos?
Jesús respondió:
—Lo único que Dios quiere es que crean en mí, que soy a quien él envió.
Entonces le preguntaron:
—¿Qué milagro harás para que te creamos? ¡Danos una prueba! Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto. Según la Biblia, el maná es el pan del cielo.
Jesús les contestó:
—Les aseguro que no fue Moisés quien les dio el verdadero pan del cielo, sino Dios mi Padre. El pan que da vida es el que Dios ha enviado desde el cielo.
Entonces la gente le dijo:
—Señor, danos siempre de ese pan.
Jesús les dijo:
—Yo soy el pan que da vida. El que confía en mí nunca más volverá a tener hambre; el que cree en mí, nunca más volverá a tener sed. Como les dije, ustedes todavía no creen en mí, a pesar de que han podido verme. Todos los que mi Padre ha elegido para que sean mis seguidores vendrán a buscarme; y cuando vengan, yo no los rechazaré.
»No bajé del cielo para hacer lo que yo quiera, sino para obedecer a Dios mi Padre, pues él fue quien me envió. Y mi Padre quiere estar seguro de que no se perderá ninguno de los que él eligió para ser mis seguidores. Cuando llegue el fin del mundo, haré que mis seguidores que hayan muerto vuelvan a vivir. Porque mi Padre quiere que todos los que me ven y creen en mí, que soy su Hijo, tengan vida eterna.
Algunos judíos empezaron a hablar mal de Jesús, porque había dicho que él era el pan que bajó del cielo. Decían: «¿No es este Jesús, el hijo de José? ¡Nosotros conocemos a sus padres! ¿Cómo se atreve a decir que bajó del cielo?»
Jesús les respondió:
«Dejen ya de murmurar. Dios mi Padre me envió. Y si mi Padre no lo quiere, nadie puede ser mi seguidor. Y cuando llegue el fin, yo haré que mis seguidores vuelvan a vivir, para que estén con Dios para siempre. En uno de los libros de los profetas se dice: “Dios enseñará a todos.” Por eso, todos los que escuchan a mi Padre, y aprenden de él, se convierten en mis seguidores.
»Como les he dicho, Dios mi Padre me envió, y yo y nadie más ha visto al Padre. Les aseguro que el que cree en mí tendrá vida eterna.
»Yo puedo dar vida, pues soy el pan que da vida. Los antepasados de ustedes comieron el maná en el desierto, pero todos murieron. El que cree en mí es como si comiera pan del cielo, y nunca estará separado de Dios. Yo he bajado del cielo, y puedo hacer que todos tengan vida eterna. Yo moriré para dar esa vida a los que creen en mí. Por eso les digo que mi cuerpo es ese pan que da vida; el que lo coma tendrá vida eterna.»
Los judíos empezaron a discutir entre ellos, y se preguntaban: «¿Cómo puede este darnos a comer su propio cuerpo?»
Jesús les dijo:
«Yo soy el Hijo del hombre, y les aseguro que, si ustedes no comen mi cuerpo ni beben mi sangre, no tendrán vida eterna. El que come mi cuerpo y bebe mi sangre, tendrá vida eterna. Cuando llegue el fin del mundo, yo lo resucitaré. Mi cuerpo es la comida verdadera, y mi sangre es la bebida verdadera. El que come mi cuerpo y bebe mi sangre, vive unido a mí y yo vivo unido a él.
»Mi Padre, el Dios de la vida, fue el que me envió y me dio vida, pues tiene poder para darla. Por eso, todo el que coma mi cuerpo tendrá vida eterna. Yo soy el pan que bajó del cielo, y el que cree en mí tendrá vida eterna. Yo no soy como el pan que comieron sus antepasados, que murieron a pesar de haberlo comido.»
Jesús dijo todas estas cosas en la sinagoga de Cafarnaúm.
Cuando muchos de los seguidores de Jesús le oyeron enseñar esto, dijeron:
—Esto que dices es muy difícil de aceptar. ¿Quién puede estar de acuerdo contigo?
Pero Jesús les respondió:
—¿Esto los ofende? Entonces, ¿qué sucedería si me vieran a mí, el Hijo del hombre, subir al cielo, donde antes estaba? El que da vida eterna es el Espíritu de Dios; ninguna persona puede dar esa vida. Las palabras que les he dicho vienen del Espíritu que da esa vida. Pero todavía hay algunos de ustedes que no creen.
Jesús dijo esto porque, desde el principio, sabía quiénes eran los que no creían, y quién era el que lo iba a traicionar. También les dijo que nadie podía ser su seguidor si Dios su Padre no se lo permitía.
Desde ese momento, muchos de los que seguían a Jesús lo abandonaron. Entonces Jesús les preguntó a sus doce apóstoles:
—¿También ustedes quieren irse?
Simón Pedro le contestó:
—¿Y a quién seguiríamos, Señor? Solo tus palabras dan vida eterna. Nosotros hemos creído en ti, y sabemos que tú eres el Hijo de Dios.
Jesús les dijo:
—A ustedes doce yo los elegí; sin embargo, uno de ustedes es un demonio.
Jesús se refería a Judas hijo de Simón, el Iscariote. Porque Judas, que era uno de los doce, lo iba a traicionar.