Cuando le tocó el turno a Pedro, este le dijo a Jesús: —Señor, no creo que tú debas lavarme los pies. Jesús le respondió: —Ahora no entiendes lo que estoy haciendo, pero después lo entenderás. Pedro le dijo: —¡Nunca dejaré que me laves los pies! Jesús le contestó: —Si no te lavo los pies, ya no podrás ser mi seguidor. Simón Pedro dijo: —¡Señor, entonces no me laves solamente los pies, sino lávame también las manos y la cabeza! Jesús le dijo: —El que está recién bañado está totalmente limpio, y no necesita lavarse más que los pies. Y ustedes están limpios, aunque no todos. Jesús ya sabía quién iba a traicionarlo; por eso dijo que no todos estaban limpios. Después de lavarles los pies, Jesús se puso otra vez el manto y volvió a sentarse a la mesa. Les preguntó: «¿Entienden ustedes lo que acabo de hacer? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque soy Maestro y Señor. Pues si yo, su Señor y Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. Yo les he dado el ejemplo, para que ustedes hagan lo mismo. Ustedes saben que ningún esclavo es más importante que su amo, y que ningún mensajero es más importante que quien lo envía. Si entienden estas cosas, háganlas, y así Dios los bendecirá. »No estoy hablando de todos ustedes. Yo sé a quiénes elegí. Pero tiene que cumplirse esto que la Biblia anunció: “Aquel con quien compartía mi pan, se ha puesto en contra mía.” »Les digo esto desde ahora para que, cuando suceda, ustedes crean que Yo Soy. Si alguien recibe al que yo envío, me recibe a mí. Y el que me recibe a mí, recibe también al que me envió.»
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