Dios le dijo al pueblo de Judá:
«Por todo eso que los babilonios
han hecho con ustedes,
yo los voy a defender,
voy a vengarme de ellos.
Dejaré secos todos sus pozos,
y Babilonia quedará en ruinas;
allí vivirán solo perros salvajes.
Babilonia será un país sin gente,
del que todo el mundo se burlará.
»Los babilonios rugen y gruñen
como cachorros de león.
Cuando tengan hambre,
yo les daré de comer y beber
para que se diviertan y se emborrachen.
Así caerán en un sueño profundo
del que nunca más despertarán;
yo los llevaré al matadero,
como se lleva a los carneros,
a los corderos y a los chivos.
Les juro que así lo haré.
»¡La gran ciudad de Babilonia,
a la que todo el mundo admiraba,
ha caído en poder de sus enemigos!
¡Todas las naciones se espantan
al ver cómo ha quedado destruida!
»Sus enemigos se levantaron,
como las agitadas olas del mar,
y la inundaron por completo.
Sus ciudades han quedado vacías;
nadie vive en ellas,
nadie pasa por allí.
¡Hasta parecen un desierto!
»Bel es el dios de Babilonia,
pero yo lo voy a castigar:
¡haré que vomite lo que se comió!
Las naciones ya no vendrán a adorarlo,
y los muros de Babilonia serán derribados.
»Ustedes, pueblo mío,
no tengan miedo ni se desanimen
por los rumores que se escuchan;
todos los años hay nuevos rumores,
abunda la violencia en el país,
y todos los gobernantes se pelean.
¡Salgan ya de Babilonia,
y pónganse a salvo de mi enojo!
»Viene el día en que castigaré
a los dioses de Babilonia.
Todo el país quedará humillado,
y por todas partes habrá cadáveres.
Del norte llegarán los ejércitos
que destruirán a Babilonia.
El cielo y la tierra, y todo lo que existe,
entonarán cantos de alegría.
Babilonia merece la muerte
por haber matado a tantos israelitas
y a tanta gente de otras naciones.
»Ustedes, los de Judá,
que escaparon con vida
cuando Jerusalén fue conquistada,
y ahora viven en lejanas tierras,
¡salgan ya de Babilonia!
Aunque vivan lejos, recuérdenme,
y no se olviden nunca de Jerusalén.