Dios dice: «Toda la nación será destruida, pero no la destruiré por completo. Todo el país se pondrá muy triste, y el cielo se cubrirá de tinieblas. Ya he tomado una decisión, y no voy a cambiarla; ya lo he resuelto, y no pienso dar marcha atrás. »Cuando escuchen el ruido de los soldados y sus caballos, toda la gente saldrá corriendo; algunos se meterán en el monte, otros treparán por las rocas, y todas las ciudades quedarán abandonadas. ¡No quedará en ellas un solo habitante! »¿En qué piensan ustedes, habitantes de Jerusalén? Su ciudad está en ruinas, y ustedes la visten con ropa fina. ¿Para qué le ponen joyas de oro? ¿Para qué la maquillan, si Egipto y Asiria la han traicionado y lo único que buscan es su muerte?» «Escucho gritos de dolor. ¿Será acaso una mujer dando a luz por primera vez? No, no es eso; son los gritos de Jerusalén que ya no puede respirar, y a gritos pide ayuda. Con los brazos extendidos, dice: “¡Me estoy muriendo! ¡He caído en manos de asesinos!”»
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