Los campesinos se preocupan
y se agarran la cabeza,
porque el suelo está reseco
y no ha llovido en el país.
Tan escasos están los pastos
que los venados, en el campo,
dejan abandonadas a sus crías.
Los burros salvajes parecen chacales:
se paran en las lomas desiertas
y desde allí olfatean el aire;
pero se desmayan de hambre
porque no tienen pastos».
Jeremías dijo:
«Dios mío,
¿Por qué actúas en nuestro país
como si estuvieras de paso?
Te portas como un viajero
que solo se queda a pasar la noche.
Admitimos que somos muy infieles
y que son muchos nuestros pecados;
¡demuestra que tú sí eres fiel
y ven pronto a ayudarnos!
Tú eres nuestra única esperanza;
¡eres la salvación de Israel
en momentos de angustia!
»Dios de Israel,
todos saben que somos tuyos,
y que vives con nosotros.
¡No nos abandones!
Nos parece que estás confundido,
que eres un guerrero sin fuerzas,
incapaz de salvar a nadie».
Dios le dijo a su pueblo:
«A ustedes les gusta
adorar a muchos dioses,
y andan de altar en altar.
Eso yo no lo acepto,
y por este terrible pecado,
los voy a castigar».
Y a mí me dijo:
«Jeremías, no me pidas que ayude a este pueblo. Por más que ayunen, no escucharé sus ruegos; por más que me presenten ofrendas de animales y de cereal, no los aceptaré. Ya he decidido destruirlos, y voy a enviarles guerra, hambre y enfermedades».
Yo le respondí:
«¡Poderoso Dios de Israel! Hay profetas que le aseguran a tu pueblo que no habrá guerra ni van a pasar hambre; dicen que tú los dejarás aquí para siempre, y que vivirán en paz».
Dios me contestó:
«Esos profetas que dicen hablar de mi parte, son unos mentirosos. Yo no los he enviado, ni les he dado ninguna orden. Es más, ni siquiera he hablado con ellos. Sus mensajes son una mentira, ¡un invento de su propia imaginación! Dicen también que no habrá guerra ni hambre en este país; pero yo les digo que morirán de hambre o los matarán en la guerra. No solo ellos morirán, sino también sus esposas, sus hijos y sus hijas. Sus cadáveres serán arrojados a las calles de Jerusalén, y no habrá nadie que los entierre. ¡Así les haré pagar su maldad!
»Tú, Jeremías, diles de mi parte:
“Día y noche lloraré sin cesar
porque mi pueblo preferido
ha sufrido una terrible desgracia;
¡ha recibido una herida muy grave!
Salgo al campo, y veo los cuerpos
de los que murieron en la guerra;
entro en la ciudad, y veo el desastre
que ha causado el hambre.
¡Pero ni profetas ni sacerdotes
parecen entender lo que pasa!”»
Jeremías respondió:
«Dios de Israel,
nos has herido tanto
que ya no podremos recuperarnos.
Has rechazado por completo a Judá,
y ya no quieres a Jerusalén.
Esperábamos pasarla bien,
y la estamos pasando mal.
Esperábamos vivir en paz,
pero vivimos llenos de miedo.
Reconocemos nuestra maldad,
y los pecados de nuestros padres;
¡hemos pecado contra ti!
Demuestra que eres fiel,
y no nos rechaces.
¡Cumple el trato
que hiciste con nosotros,
y no destruyas la bella ciudad
donde has puesto tu trono!
Dios nuestro,
sabemos que ningún ídolo
puede hacer que llueva;
eres tú quien manda los aguaceros.
Tú has creado todo lo que existe;
¡por eso confiamos en ti!»