Los filisteos vinieron y acamparon en Judá. Cuando atacaron la ciudad de Lejí, los de Judá les preguntaron: —¿Por qué nos atacan? Ellos contestaron: —Hemos venido a capturar a Sansón, para hacerle lo mismo que nos hizo a nosotros. Al oír esto, tres mil hombres de Judá fueron a la cueva de Etam y le dijeron a Sansón: —¿Por qué nos has metido en problemas? ¿No sabías que los filisteos nos dominan? Él les respondió: —Yo les hice a los filisteos lo que ellos me hicieron a mí. Entonces le dijeron: —Nosotros hemos venido para capturarte y entregarte a los filisteos. Sansón contestó: —Júrenme que no me matarán. Ellos le aseguraron que no lo harían. Le dijeron: —Nosotros no te vamos a matar. Solo vamos a entregarte a los filisteos. Así que lo ataron con dos sogas nuevas y lo sacaron de la cueva. Cuando se acercaron a Lejí, los filisteos, muy alborotados, salieron a su encuentro. En ese momento el espíritu de Dios llenó a Sansón de fuerza, y este reventó las sogas que le sujetaban los brazos y las manos como si fueran hilos viejos. Luego encontró una quijada de burro que todavía no estaba seca, y con ella mató a muchos filisteos. Después de eso dijo: «Con la quijada de un burro maté a muchísimos hombres, y los junté en uno y dos montones». Dicho esto, tiró la quijada. Por eso a ese lugar se le llamó Ramat-lejí, que quiere decir: «Colina de la quijada». Como Sansón tenía muchísima sed, le suplicó a Dios: «¿Después de darme una victoria tan grande, me vas a dejar morir de sed? ¿Vas a dejar que estos filisteos me capturen?» Entonces Dios permitió que saliera agua de un hueco. Al beberla, Sansón se sintió mucho mejor. Por eso, hasta el momento en que esto se escribe, ese lugar se llama En-hacoré, que significa: «Manantial del que suplica». Durante veinte años, Sansón fue jefe de los israelitas. Era el tiempo cuando los filisteos dominaban la región.
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