Dios les dijo a los israelitas: «Cuando llegó el momento de mostrarles mi bondad, fui bondadoso con ustedes; cuando necesitaron salvación, yo les di libertad. Yo los formé para que fueran una bendición para otros pueblos. Por eso ustedes, israelitas, volverán a ocupar las tierras que sus enemigos destruyeron, y reconstruirán el país. Ustedes les dirán a los presos: “¡Quedan en libertad!”, y a los que viven en la oscuridad: “¡Salgan a la luz!” »Ustedes encontrarán buenos pastos junto a todos los caminos, y en cualquier cerro desierto tendrán alimento para el ganado. No tendrán hambre ni sed, ni los molestará el sol ni el calor, porque yo los amo y los guío, y los llevaré a fuentes de agua. Les abriré un camino a través de las montañas y los haré pasar por un terreno llano. Ustedes, los israelitas, vendrán de muy lejos, de todos los rincones del mundo. »¡Cielos, griten de alegría! ¡Tierra, alégrate mucho! ¡Montañas, lancen gritos de felicidad! Porque yo, el único Dios, consuelo a mi pueblo y tengo compasión de los pobres». El pueblo de Jerusalén decía: «Dios me abandonó, mi Dios se olvidó de mí». Pero Dios respondió: «Jerusalén, ¿acaso puede una madre olvidar o dejar de amar a su hijo? Y aunque ella lo olvidara, yo no me olvidaré de ti. Yo te llevo grabada como un tatuaje en mis manos, siempre tengo presentes tus murallas.
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