»Dios dice:
“Estoy muy enojado;
por eso usaré al rey de Asiria
para castigar a los que me ofenden.
Le ordenaré que ataque
a este pueblo malvado;
que le quite sus riquezas
y lo pisotee como al barro de las calles.
”Pero el rey de Asiria
cree que no está bajo mis órdenes;
más bien dice que todos los reyes
siguen sus instrucciones.
Él no piensa más que en destruir
y en arrasar a muchas naciones.
”A este rey no le importó
si se trataba de Carquemis o de Calnó,
de Hamat o de Arpad,
de Samaria o de Damasco;
a todas estas ciudades las destruyó.
Por eso dice:
‘He vencido a muchas naciones
con más dioses que Jerusalén y Samaria.
Por eso destruiré a Jerusalén
así como destruí a Samaria.’”
»Dios hará lo que ha planeado hacer
contra el monte Sión y Jerusalén.
Y una vez que lo haya cumplido,
castigará al rey de Asiria
por su orgullo y su arrogancia.
»El rey de Asiria ha dicho:
“Yo soy muy inteligente.
Todo lo hago con sabiduría
y con mis propias fuerzas.
Como un valiente,
he vencido a muchos reyes.
Me he adueñado de sus países
y les he robado sus riquezas.
”He arrasado con toda la tierra.
He dejado sin nada a los pueblos,
como quien roba huevos de un nido;
¡nadie movió un dedo,
nadie protestó!”
»Pero Dios dice:
“El rey de Asiria está equivocado,
porque ni el hacha ni la sierra
son más importantes
que el hombre que las maneja.
¡Dónde se ha visto que el bastón
controle al que lo usa!”
»Por eso el Dios todopoderoso
mandará una enfermedad;
una alta fiebre dejará sin fuerzas
a ese rey y a todo su ejército.
»El Dios único y perfecto
es nuestra luz,
y se convertirá en una llama de fuego;
en un solo día quemará
al ejército de Asiria,
como si fueran espinos y matorrales.
Dios destruirá por completo
la belleza de sus bosques y sus huertos.
Quedarán tan pocos árboles,
que hasta un niño los podrá contar.
»Cuando llegue ese día,
los pocos israelitas que se hayan salvado
dejarán de confiar en Asiria;
volverán a confiar en Dios,
el Dios santo de Israel.
Solo unos cuantos israelitas
se volverán hacia el Dios de poder.
»Aunque ustedes, israelitas,
sean tan numerosos como la arena del mar,
Dios hará justicia,
pues la destrucción ya está decidida;
solo unos cuantos se salvarán.
Así lo ha resuelto el Dios todopoderoso;
su decisión se cumplirá en el país.
»Por eso, el Dios todopoderoso dice:
“Pueblo mío, que vives en el monte Sión,
no les tengas miedo a los asirios.
Ellos te golpean y maltratan
como antes lo hicieron los egipcios.
Pero dentro de poco tiempo
dejaré de estar enojado contigo.
Mi enojo será contra los asirios,
a quienes destruiré por completo.
Yo, el Dios todopoderoso,
los voy a castigar;
mostraré mi poder contra Asiria,
como lo mostré contra Egipto;
los destruiré como lo hice con Madián
donde está la roca de Oreb.
Entonces, yo, el Dios de Israel,
los libraré de los asirios
y de su terrible dominio”.
»El ejército asirio avanza
por el lado de Rimón;
llega hasta Aiat,
pasa por Migrón,
y deja su equipaje en Micmás.
Las tropas cruzan el desfiladero,
y pasan la noche en Gueba.
Tiembla de miedo la gente de Ramá,
y se escapa la gente de Guibeá de Saúl.
Se escuchan gritos de Bat Galim,
de Laisa, y de Anatot.
Se desbanda Madmená,
se esconden los habitantes de Guebim.
Hoy mismo los invasores asirios
se detienen en Nob;
dan la señal de atacar el monte Sión,
la ciudad de Jerusalén.
»¡Miren a los asirios!
¡Son como árboles en un bosque!
El Dios todopoderoso
los derriba con una fuerza terrible;
a los más altos los corta,
y los tira al suelo.
¡Dios derriba de un solo golpe
los árboles más bellos del Líbano!