Por eso, cuando Cristo vino a este mundo, le dijo a Dios:
«Tú no pides sacrificios
a cambio de tu perdón;
por eso me has dado un cuerpo.
»Por eso te dije:
“Aquí me tienes,
para cumplir tu voluntad.
Así me lo enseña
la Ley de Moisés.”»
En primer lugar, este salmo dice que Dios no quiere, ni le gustan, los sacrificios y las ofrendas, ni los animales quemados sobre el altar, aunque la ley manda que sean presentados. Después de eso, el salmo dice que Cristo vino a cumplir la voluntad de Dios. Es decir, Cristo quitó aquellos sacrificios antiguos, y estableció uno nuevo. Dios nos eligió porque Jesucristo obedeció sus órdenes al morir en la cruz, y ofreció su cuerpo como sacrificio una sola vez y para siempre.
Aunque los sacrificios de animales no quitan el pecado, los sacerdotes judíos siguen ofreciéndolos muchas veces todos los días. Pero Jesucristo le ofreció a Dios un solo sacrificio para siempre, y así nos perdonó nuestros pecados. Luego se sentó a la derecha del trono de Dios, y allí estará esperando, hasta que Dios derrote a sus enemigos. Porque, con un solo sacrificio, Jesucristo hizo que Dios hiciera perfectos a todos los que eligió para ser parte de su pueblo. Así lo asegura el Espíritu Santo cuando dice:
«Por eso, este será mi nuevo pacto
con el pueblo de Israel:
haré que mis enseñanzas
las aprendan de memoria,
y que sean la guía de su vida.
Y nunca más me acordaré
de sus pecados y maldades.»
Por lo tanto, si nuestros pecados han sido perdonados, ya no es necesario darle a Dios más ofrendas para que nos perdone.
Hermanos, la sangre que Jesús derramó al morir nos permite ahora tener amistad con Dios, y entrar con toda libertad en el lugar más santo. Pues cuando Jesús murió, abrió la cortina que nos impedía el paso. Pero ahora Jesús está vivo, y por medio de él podemos acercarnos a Dios de un modo nuevo y distinto. Él es nuestro gran sacerdote, encargado del santuario que está en el cielo. Por eso, mantengamos una amistad sincera con Dios, teniendo la plena seguridad de que podemos confiar en él. Porque Cristo nos dejó limpios de pecado, como si nos hubiera lavado con agua pura, y ya estamos libres de culpa. Sigamos confiando en que Dios nos salvará. No lo dudemos ni un instante, porque él cumplirá lo que prometió. Tratemos de ayudarnos unos a otros, y de amarnos y hacer lo bueno. No dejemos de reunirnos, como hacen algunos. Al contrario, animémonos cada vez más a seguir confiando en Dios, y más aún cuando ya vemos que se acerca el día en que el Señor juzgará a todo el mundo.
Si seguimos pecando después de haber conocido la verdadera enseñanza de Dios, ningún sacrificio podrá hacer que Dios nos perdone. No nos quedaría más remedio que esperar, con un miedo terrible, el juicio final, que es cuando los enemigos de Dios serán destruidos con fuego ardiente.
Si en un juicio dos testigos afirman que alguien ha desobedecido la ley de Moisés, los jueces no le tienen compasión a esa persona y ordenan su muerte. ¡Imagínense entonces el terrible castigo que recibirán los que desprecian al Hijo de Dios, y los que dicen que su muerte no sirve para nada! Los que hacen eso insultan al Espíritu de Dios, que los ama, y menosprecian la muerte de Cristo, es decir, el nuevo pacto por medio del cual Dios les perdona sus pecados. Además, como todos sabemos, Dios dijo que él se vengará de sus enemigos, y que los castigará por todo lo malo que han hecho. También dijo que juzgará a su pueblo. ¡Que terrible debe ser que el Dios de la vida tenga que castigarnos!