Cuando Jacob vio a lo lejos que Esaú se acercaba con cuatrocientos hombres, repartió a los niños entre Lía, Raquel y las dos esclavas. Al frente de todos puso a las esclavas y a sus hijos; detrás de ellos puso a Lía y a sus hijos, y hasta atrás puso a Raquel y a José; luego se adelantó y, mientras iba acercándose a su hermano, se inclinó hasta el suelo siete veces en señal de respeto. Esaú, por su parte, corrió al encuentro de Jacob y, abrazándolo, lo besó. Y los dos se echaron a llorar. Luego, al ver Esaú a las mujeres y a los niños, preguntó: —¿Quiénes son todos estos? Jacob le contestó: —Dios ha sido bueno conmigo y me ha dado todos estos hijos. Las esclavas y sus hijos se acercaron, y se inclinaron hasta el suelo. Lo mismo hicieron Lía y sus hijos, y también José y Raquel. Entonces preguntó Esaú: —¿Por qué me enviaste todos esos animales que he encontrado en el camino? —Con ellos espero que me perdones y me trates bien —contestó Jacob. Pero Esaú dijo: —¡Quédate con lo que es tuyo, hermano mío, que yo ya tengo bastante! Jacob insistió
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