Luego Dios me dijo que mirara hacia el norte, y cuando lo hice, vi que en el portón del altar, junto a la entrada, estaba aquel ídolo. Entonces Dios me dijo: «Fíjate en las acciones tan repugnantes que cometen los israelitas. Eso hace que yo me aleje de mi templo. Pero todavía vas a ver cosas peores». Dios me llevó luego a la entrada del patio del templo, y en la pared vi un agujero. Dios me dijo: «Haz más grande ese agujero». Así lo hice, y encontré una entrada. Entonces Dios me dijo: «Entra y verás las acciones tan repugnantes que allí se cometen». En cuanto entré, pude ver toda clase de reptiles y de animales asquerosos, pintados sobre la pared. También estaban pintados todos los repugnantes ídolos de los israelitas. Pude ver también que los setenta jefes de los israelitas estaban adorando a esos ídolos. Entre los jefes estaba Jaazanías hijo de Safán. El olor a incienso era muy fuerte, pues cada uno de los jefes tenía un incensario en la mano. Entonces Dios me dijo: «Mira a los jefes de Israel. ¡Allí los tienes, cada uno adorando en secreto a su propio ídolo! Ellos creen que he abandonado el país, y por eso piensan que no los veo. Pero esto no es todo; todavía vas a ver cosas peores». De allí me llevó a la entrada norte de su templo. Allí vi sentadas unas mujeres que lloraban por el dios Tamuz. Entonces Dios me dijo: «¿Ves esto? Pues todavía vas a ver cosas peores». Luego Dios me llevó al patio que está dentro del templo, y vi que entre el patio y el altar había unos veinticinco hombres. Estaban de espaldas al Lugar Santo y mirando hacia el este; arrodillados, tocaban el suelo con la cara, y adoraban al sol. Entonces Dios me dijo: «¿Ya viste, Ezequiel? Parece que el pueblo de Judá no se conforma con cometer tantos actos repugnantes aquí en el templo. También ha llenado de violencia a todo el país. ¡Todo el tiempo me están haciendo enojar! ¡Y para colmo, me obligan a oler los ramos malolientes con que adoran a su ídolo! Estoy tan enojado que voy a castigarlos sin ninguna compasión. A gritos me pedirán que los perdone, ¡pero no les haré caso!»
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