Cuando la caballería del rey de Egipto, y sus carros y soldados, entraron en el mar para perseguir a los israelitas, Dios hizo que el mar volviera a juntarse, y el agua los cubrió. En cambio, los israelitas cruzaron el mar caminando sobre tierra seca. Entonces la profetisa María, que era hermana de Aarón, tomó una pandereta y se puso a cantar. Todas las mujeres hicieron lo mismo, y también comenzaron a bailar. Y María las invitaba a cantar así: «Canten en honor de nuestro Dios, pues ha tenido una gran victoria: ¡hundió en el mar caballos y jinetes!» Moisés les ordenó a los israelitas que se alejaran del Mar de los Juncos, y ellos obedecieron. Se fueron al desierto de Sur, y durante tres días caminaron sin encontrar una gota de agua. Cuando finalmente encontraron agua, esta era tan amarga que no la pudieron beber. Por eso los israelitas llamaron a ese lugar Mará, que quiere decir «amarga»; pero también le reclamaron a Moisés: «¿Y ahora qué vamos a beber?» Moisés le pidió ayuda a Dios. Entonces Dios le mostró un arbusto y le ordenó que lo arrojara al agua amarga. Moisés así lo hizo, y al instante el agua se puso dulce. En ese mismo lugar Dios puso a prueba a los israelitas y además les dio reglas de conducta. Les dijo: «Yo soy su Dios. Yo soy quien les da salud. Si ustedes prestan atención a mis consejos y obedecen estos mandamientos y estas leyes que hoy les doy, y hacen solo lo bueno, no los castigaré como a los egipcios». Después de esto, los israelitas se fueron a Elim, y allí acamparon en un lugar donde había doce manantiales y setenta palmeras.
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