Allí les dije que nuestro Dios nos había dado la región montañosa de los amorreos; también los animé a conquistar ese territorio, tal y como Dios lo había ordenado. Pero ustedes me pidieron que primero enviara espías, para que vieran cómo era el territorio, cuál era el mejor camino a seguir, y qué ciudades nos íbamos a encontrar.
»Yo estuve de acuerdo, y elegí a doce espías, uno por cada tribu. Ellos fueron a explorar las montañas, y llegaron al valle de Escol. Allí tomaron algunos de los frutos de esa región, y nos informaron que el territorio que nuestro Dios nos iba a dar era de lo mejor.
»Sin embargo, ustedes desobedecieron las órdenes de Dios y no quisieron ir. Al contrario, regresaron a sus casas y se quejaron de Dios. Pensaron que Dios no los quería, y que los había sacado de Egipto solo para que los amorreos los destruyeran. Cuando supieron que en ese territorio vivía gente muy fuerte y de gran estatura, y que sus ciudades estaban rodeadas de grandes murallas, les dio mucho miedo. Y más se desanimaron cuando supieron que allí vivían también los descendientes del gigante Anac.
»Yo recuerdo que les dije: “¡Cálmense! ¡No tengan miedo! Nuestro Dios nos guiará y luchará por nosotros, así como luchó por nosotros contra Egipto y nos guio por el desierto. Él nos ha traído hasta aquí, como si nos llevara en brazos, y hasta ahora nada nos ha pasado. Ha sido un padre para nosotros”.
»A pesar de eso, ustedes no han querido confiar en él, aun cuando él ya se ha adelantado a elegir el lugar que va a darles. Para llevarlos allá, ha venido guiándolos; de noche los ha alumbrado con fuego, y de día los ha protegido con una nube.
»Cuando Dios escuchó sus quejas, se enojó, pues ustedes son gente muy mala. Por eso juró que no disfrutarían de la tierra que había prometido a sus antepasados. Y como Caleb fue el único obediente, Dios dijo que él sería el único que disfrutaría de ella. Por eso también sus descendientes recibirían toda la tierra que tocaran con la planta de sus pies.
»Por culpa de ustedes, Dios se enojó conmigo y me dijo: “Tampoco tú entrarás a esta tierra. Será Josué quien guiará al pueblo y les entregará la tierra a los israelitas. Él es tu ayudante, así que anímalo”.
»Dios también me dijo: “Los israelitas pensaron que el enemigo les quitaría a sus niños y a sus esposas. Sin embargo, serán sus hijos los que entrarán a la tierra y se harán dueños de ella, aun cuando ahora son apenas unos niños. Diles eso a los israelitas, y diles además que regresen al desierto, por el camino que lleva al Mar de los Juncos”.
»Yo les comuniqué todo esto, y ustedes reconocieron que habían pecado contra Dios. Entonces decidieron salir a conquistar la tierra, tal como Dios les había ordenado. Tomaron sus armas, confiados en que les sería fácil subir las montañas; pero Dios me pidió advertirles que serían derrotados, pues él no les daría la victoria.
»Sin embargo, ustedes se sintieron muy valientes y no hicieron caso de la orden de Dios. Subieron a las montañas para pelear contra los amorreos, pero ellos les hicieron frente y los derrotaron. ¡Como si fueran avispas, los persiguieron por todo Seír y hasta Hormá! Luego, al regresar, ustedes lloraron y se quejaron ante Dios, pero él no les hizo caso, y ustedes tuvieron que quedarse a vivir en Cadés por mucho tiempo más.